miércoles, 20 de abril de 2016

Un Cuaderno con Palabras de Amor

No me esperaba de un simple cuaderno de tapas amarillas una historia tan... Personal. Que dos enamorados escriban en un mismo papel como si fueran un solo escritor y la historia que me han contado entre los dos, en cierto modo me alegró. No sé si lo que hay aquí escrito es realidad o ficción, pero quiero creer que aún existe el amor verdadero entre dos personas. Un amor de esos que se ven en las películas. Voy a abrir sus palabras para todos ustedes.

Día 22 de abril de 2015. Un día antes del día del libro. Decimotercer concurso literario del I.E.S. Fernando de los Ríos. Mi relato ganó en la categoría B de prosa. Pero eso no fue nada que me importase tanto como lo que sucedió inmediatamente después de esa entrega de premios.

La primera vez que te vi fue ayudando a un chico con el sonido en la gala benéfica. Todo esto lo tengo muy borroso, ya que estaba muy centrada en practicar para la gala. Se podía decir que te veía casi a diario después de eso. Pero para mí eras sólo un alumno más.
Podría decir que la primera vez que la conocí, fue en la biblioteca.
Después de todo ese disparate, te conocí. Cuando saliste y empezaste a hablar así, me enganché a la historia. Me parecía muy interesante todo en sí. La historia, la descripción, el misterio de la guillotina... No sabes cómo de maravilloso era imaginarse eso en la mente. Nunca olvidaré cómo se burlaba el que se sentó a mi lado al ver semejante cara de estupefacción ante tu relato.
Termina la entrega y te pierdo de vista. Quería leer la historia entera así que le pregunté a una profesora si podía dejármela. Me dijo que tú tenías una copia así que empecé a buscarte entre la gente y me quedé pensando si decirte o quedarme con la duda de cómo terminaba aquello. No me preguntes cómo, pero algo me decía en mi interior: "Nunca sabrás lo que pasará si no lo intentas." y salí decidida a llamarte. Cuando te giraste, te miré a los ojos y mi mente se colapsó por unos segundos. Hablaba sin pensar. A saber lo que dije.

Terminó la entrega de premios. Mientras ayudaba un poco a recolocar las sillas, una chica me preguntó algo. Sí, era esa chica. Me preguntó si podía prestarle la historia completa, porque quería saber cómo terminaba el fragmento que había leído en la entrega de premios. Yo tengo un blog, así que quedamos el viernes, dos días después, en la biblioteca a la hora del recreo para poder darle la dirección de dicho blog.
El viernes estuve ahí. No la vi y ella no me vio. Pero ambos estuvimos allí. Ella estaba triste, porque creyó que me había olvidado de ello. Yo creí que ella no había podido venir por cualquier motivo y me fui antes de tiempo de la biblioteca. De verdad yo no me creía lo que estaba a punto de suceder la semana que viene.
Lunes. Hora del recreo. Voy a la biblioteca regularmente para adelantar un poco de trabajo, así que estoy allí. Llega ella y, posando su mano sobre la mesa, me dijo: "No viniste el viernes."
En ese momento estaba paralizado. ¿Cómo que no vine aquí el viernes? ¡Sí que estuve! Pero no fue eso lo que salió de mi boca. Mentí para salir del paso. De todos modos, pude darle la dirección de mi blog. Aún no conocía el nombre de esa chica.

Después de eso iba a la biblioteca sólo para verte. Ni exámenes finales ni nada, sólo verte. ¿Acaso crees que en primero estudiaba algo? Yo no estudiaba.

El martes volvió a la biblioteca. Me dijo que la dirección no era la correcta. Yo, extrañado, volví a escribirla. Era exactamente igual a la que le di, pero ella se fue igualmente convencida.

Cada vez que iba a tu mesa a decirte algo o cuando iba a pedirte el blog, salía corriendo y me ponía a gritar cual loca.

En realidad, ella quiso venir a la biblioteca con una excusa para verme. Solamente para verme a mí de nuevo. No se me habría pasado por la cabeza ese motivo en ningún momento.
Al día siguiente, ella estaba haciendo un dibujo de la protagonista de mi historia y vino a enseñármelo a la biblioteca. Me encantó. Ella dibujaba muy bien. Entonces, ocurrió. Ella posó su mano en el borde de mi mesa de nuevo. Tras saludarla, me dijo que ella iba a mudarse y cambiar de instituto. Así que por ese motivo, me dio su nombre y su número de teléfono. La seguía viendo en la biblioteca varios días, pero el curso se acababa. Pronto dejaría de verla. Yo iba a la biblioteca por inercia los últimos días. No tenía deberes que hacer. Simplemente iba para verla a ella desde lejos.
Llegó el verano. Sólo nos quedaban los mensajes de texto mediante el teléfono móvil para comunicarnos. Cada vez se volvieron más frecuentes. Aquí entró en juego mi mejor amigo. Él me recomendó una novela visual cuya historia fue tan emotiva que me hizo llorar a moco tendido enfrente de una pantalla, cosa que nunca había hecho ni he vuelto a hacer. Hice una opinión sobre dicha novela, y la subí a mi blog. Pero esa opinión tenía algo especial. Tenía un mensaje dedicado para ella. Ese mensaje empezaba con una imagen sacada de la novela visual. Era sólo texto y decía así:
“¿Qué piensa ella de mí? No tengo idea. La semana pasada pensé que podría haberle gustado de un modo romántico, con eso del beso y todo. Me obligó a reflexionar sobre mis sentimientos, también. ¿Qué haría ella si le dijera que me gusta de ese modo? Me pregunto si en verdad es así. Maldición, ya no puedo entender ni mis propios sentimientos. Debe ser algo contagioso.”
A continuación, para terminar mi mensaje, escribí esto:
“¿Sabes? Así me siento yo. A lo mejor le he dado demasiado a la cabeza jugando a este juego, pero es demasiada la coincidencia. Rin pinta (como tú), tiene pelo castaño (como el tuyo)... Me ha recordado a ti, en serio. Nos veremos una vez más, así que espero que no pienses demasiado en esto, porque solo te traería más problemas a tu cabeza. Simplemente quería decírtelo, y no encontré cómo, de modo que así termino mi subida. Gracias. Por lo menos puedo vivir en mi fantasía un rato más.”
Ella me contestó pasados unos días. Me envió un mensaje al móvil mientras estaba hablando por Skype con mis amigos. Inmediatamente me levanté de la silla. Mi corazón latía con fuerza de la sorpresa que me llevé. El mensaje decía así:

"Dijiste que no querías darle más problemas a mi cabeza.
Pero yo no los consideraría problemas. Son simplemente tus reflexiones. Esos "problemas" de los que hablas me nublan la mente. Es como si no pudiera pensar en otra cosa.
Cuando dibujo recuerdo lo que dijiste sobre Rin y lo mucho que me parezco a ella. Y es verdad. Expreso mis sentimientos a través del arte. Ahora mis dibujos sólo son sobre gente callada, pequeñas frases... más o menos así es como me siento yo. Es difícil de explicar. No sé qué me pasa que parezco estar hechizada. Realmente, no sé de donde saco siquiera las palabras para hablar.
Pero tengo que decir una última cosa: Yo no tengo ningún blog, ni el don para escribir que tienes tú. Así que simplemente diré; te quiero."

Tenía que responderle a ese mensaje lo más rápido posible. Utilicé todo mi arsenal para escribir lo que de verdad sentía yo:
"Ahora es cuando yo me quedo bloqueado, me salto un latido de mi corazón y escupo de lo que sea que estuviese bebiendo, atragantándome.
Has escrito las dos palabras. Las has escrito y ahora no sé si estoy soñando o no, o cómo debería leerlas. Así que es así como se siente uno... Creo que tengo bastante miedo ahora mismo. Miedo de no saber qué hacer o qué contestar. Estoy alucinando.
Creo que sentí esto mismo una vez. Cuando me pararon en la biblioteca y alguien me dijo que le había encantado mi forma de escribir. Entonces me quedé igual que ahora. Tan sorprendido que atropellaría las palabras hablando. Más aún cuando descubrí que dibujabas, y que estabas dispuesta a hacer un dibujo del personaje que ideé...
Desde ese entonces llevo queriendo decirte las dos palabras, así que me voy a tragar mi timidez y… Te quiero. También."
Así nos conocimos. Yo la llevé a mi mundo de imaginación y ella lo quiso hacer real. Mimi, la chica que me hizo ganar el concurso literario, ahora es real gracias a ella.

A continuación, hay escrita parte de una letra que ciertamente era de una canción. Tras investigar, encontraron que era un fragmento de una canción japonesa cantada por Miku Hatsune. Al parecer, él se había tomado la molestia de traducirla.

"Tú eres como yo.
Yo soy como tú.
Somos parecidos, pero a la vez diferentes.
Somos diferentes, pero somos parecidos.
Mientras yo sigo diciendo 'te quiero',
estos sentimientos de amor siguen creciendo y enviando
desde mí, hasta ti, muchísimas
palabras de amor."

Debajo, escribió una frase la cual descubrieron que pertenecía a la novela visual que mencionó anteriormente.

"¿Cuál es la palabra para cuando sientes dentro de tu corazón que todo en el mundo está bien?"
Yo, como escritor amateur, aún no la sé con certeza. Sin embargo, estoy seguro de que será una palabra de amor.

En la última página del cuaderno, escrita con tinta roja, se encontró lo siguiente que, por la letra, dedujeron casi sin duda que escribió ella, y no él, tiempo después.

Te quiero muchísimo. No sé cuántas veces te lo he dicho ya.
Te quiero. Te quiero de verdad. Te quiero demasiado. Te quiero, te quiero, te quiero. Te quiero mucho y me da igual que la frase pierda sentido. Me va a importar un pimiento.

Es que todavía no me lo creo. Fue todo tan repentino... Aún creo que en cualquier momento podría despertar y ser una niña corriente, pero el sueño sigue y no me lo creo. Y de sólo pensar que es todo real me hace tan feliz... No puedo creer que hayan pasado tantos meses ya desde aquel relato ganador. Que hicieses tantas cosas por mí… Y yo por ti. Nunca imaginé haber hecho tantas cosas por alguien.
Por simplemente juntar sus labios con los míos aunque sea una vez más. Después de todo eso, no me despierto. Y si lo es no quiero despertar nunca. Ya me lo dijiste, y tenías razón. La vida es algo maravilloso. Que sólo tenía que mirarla con buenos ojos. Así, como lo hacías tú.

lunes, 11 de abril de 2016

Un astuto entrenador de fútbol

(Siento no haber podido subir esto el domingo, había que estudiar para exámenes bastante importantes. Pero bueno, mejor tarde que nunca. ¡Allá va!)

El partido estaba empatado. Uno a uno en el marcador. Este partido no se iba a decidir por la habilidad de los jugadores con el balón, sino por la estrategia de los entrenadores.

Alejandro, el entrenador del equipo rojo, ya se había dado cuenta de que había muy pocos balones de fútbol. En concreto, sólo había tres y el que estaba en juego. Eso lo relacionó con que el campo estaba ubicado en un lugar muy cercano a la playa del pueblo.

Ernesto, el entrenador del equipo amarillo, había sobornado levemente al árbitro para que a la más mínima expulsasen a un jugador oponente. Alejandro se dio cuenta de esto cuando, por una confrontación entre jugadores, expulsaron al lateral izquierdo del equipo. "Este árbitro está comprado." Pensaba una y otra vez. Lo peor era que necesitaba al jugador para el partido de la semana que viene, y el comité no permite que los jugadores expulsados jueguen de una a dos semanas.

Pero con un buen desmarque del centrocampista, David consiguió marcar el dos a uno para el equipo rojo. Fue entonces cuando Alejandro pensó que el entrenador rival iba a tomar de su propia medicina. Se acercó al defensa y le comentó la nueva estrategia.

"Todas las que podáis, mandadlas a la playa."

Los despejes fueron aumentando. Se perdían los balones que se lanzaban hacia la costa y finalmente no quedaba ni un solo balón con el que continuar el partido. Veinte minutos transcurrieron entre que encontraban los balones y los traían desde la playa. Veinte minutos que se descontaban del tiempo reglamentario. Tiempo suficiente para aguantar el marcador hasta el final del partido.

Quedaba el problema del expulsado. Alejandro estuvo pensándolo en el viaje de vuelta, y tuvo la mejor idea en su carrera como entrenador: Redactar documentos revocatorios de expulsiones. Todos ellos cuestionaban la actuación del árbitro cuando había una expulsión y todos esos informes terminaban con las mismas palabras mágicas: "Por la presente, se puede adjuntar la grabación en vídeo del partido y, en consecuencia, el momento de la infracción. En caso de que este documento sea validado por la Sede, podremos recurrir a acciones legales."

Doce jugadores del equipo rojo fueron expulsados durante la temporada. Ninguno de ellos fue penalizado en el partido siguiente. Los contrincantes se encontraban esos documentos y ni siquiera se arriesgaban a pronunciarse.

Así pues voy a dar mi opinión sobre esto que os he contado. No soy un gran fan del fútbol. De hecho, me interesan poco los deportes en general. Sin embargo, la estrategia que emplea este entrenador va en contra de la honradez, pero es tan cercana a la vida misma, que obtengo una enseñanza. Algo que me dice que voy a tener que desenvolverme en situaciones injustas con las mismas injusticias.

En definitiva, que escuchando esta historia creo que me he vuelto un poco más picaresco, como Lázaro de Tormes.

domingo, 3 de abril de 2016

La historia del leproso (Tributo a Darkest Dungeon #6)

"No la abandonaré mientras aún podamos caminar. No me importan las consecuencias."

Arthur Feis era un hombre al cual poco le faltaba para superar la juventud. Cornelia lo acogió en su casa, en la que vivía sola. Se alegraba de tener compañía y estuvieron hablando largo rato, hasta altas horas de la noche. Principalmente porque Cornelia preguntó al leproso, Arthur, cómo enfermó.

- Tengo lepra porque tuve que salvar a una mujer de las tierras del oeste.
- ¿Del oeste? ¿Vienes de allí?
- Eso es. Yo vivía en uno de los estados más poblados. Sin embargo, Dios puso en medio del camino de la carreta donde viajaba a una mujer leprosa suplicando que la dejase subir. El carretero se negaba, no sólo porque no tenía el dinero, sino por la enfermedad.

Yo, indignado por la poca cordialidad del carretero, bajé del carro con mis posesiones y advertí a ese hombre de que Dios no le ayudaría en su viaje al no haber socorrido al prójimo. El ingrato se fue, llevándose el dinero con el que había pagado el viaje. Pero eso era lo que menos me importaba.

La pobre mujer estaba cojeando de la pierna izquierda. Tuve que ayudarla a sostenerse en pie y a caminar, para que no tuviese que hacer tanto esfuerzo. Juntos, procurábamos volver al pueblo más cercano, pero unos bandidos nos sorprendieron por el camino. Se llevaron mis pertenencias. No quería enfrentarme a ellos en la situación que me encontraba.

Ella se llamaba Amanda Black. Conforme avanzábamos, su voz se volvía más ronca y su respiración dificultosa. Tuve que llevarla en brazos todo el camino que quedaba hasta Colinden, donde podrían intentar tratarla.

Mas el viaje se hizo eterno, y tuvimos que pasar la noche escabullidos en los matorrales. Esa noche apenas dormí. Entre el miedo de ser sorprendidos y la necesidad que tenía de salvar a esa mujer fueron suficientes. Ella temblaba del frío, por supuesto. Le puse mi abrigo y me quedé abrazándola, para que no sintiese tanto la baja temperatura. No recuerdo cuántas veces me estuvo agradeciendo lo que hice por ella. La verdad, me impresionó mi buena voluntad.

En cuanto despertamos a la mañana, sentí algo raro en mí. Me había contagiado de la enfermedad de la mujer. Sin embargo, continué llevándola por el camino hasta que, finalmente, conseguimos llegar a Colinden. Los dos estábamos en un estado lamentable. Apenas habíamos comido algo en la mañana. Yo estaba exhausto de cargar con la leprosa. Pero me sentí bien. Amanda sobrevivió. Yo también. Dios nos ayudó a continuar. Él es el que sabe cuándo moriré. Ya sea por la enfermedad o por cualquier otra cosa.

- ¡Es usted un héroe! ¿Dónde está ahora Amanda?
- Lo desconozco. En cuanto conseguí dejarla a salvo en casa de unos médicos, me alejé de los lugares públicos para evitar contagiar a nadie. Entonces llegó esta oscuridad y vine aquí, buscando un lugar donde poder pasar mis últimos momentos de vida, hasta que me consuma esta enfermedad.
- Vaya... Estoy segura de que Amanda te querrá encontrar antes de eso.
- Es posible. Pero... Perdona por ser pesimista. Creo que moriré antes.
- Nunca se sabe. A lo mejor te ha encontrado ya y llama ahora mismo a la puerta.

Y en ese momento, como si de casualidad se tratase, dieron tres fuertes golpes en la puerta. No se trataba de Amanda, pero la visita fue inesperada.


"¿Arthur? Solamente diré que él sería capaz de ponerse delante tuya cuando te fuesen a fusilar." - Cecil Clerinell.