domingo, 3 de abril de 2016

La historia del leproso (Tributo a Darkest Dungeon #6)

"No la abandonaré mientras aún podamos caminar. No me importan las consecuencias."

Arthur Feis era un hombre al cual poco le faltaba para superar la juventud. Cornelia lo acogió en su casa, en la que vivía sola. Se alegraba de tener compañía y estuvieron hablando largo rato, hasta altas horas de la noche. Principalmente porque Cornelia preguntó al leproso, Arthur, cómo enfermó.

- Tengo lepra porque tuve que salvar a una mujer de las tierras del oeste.
- ¿Del oeste? ¿Vienes de allí?
- Eso es. Yo vivía en uno de los estados más poblados. Sin embargo, Dios puso en medio del camino de la carreta donde viajaba a una mujer leprosa suplicando que la dejase subir. El carretero se negaba, no sólo porque no tenía el dinero, sino por la enfermedad.

Yo, indignado por la poca cordialidad del carretero, bajé del carro con mis posesiones y advertí a ese hombre de que Dios no le ayudaría en su viaje al no haber socorrido al prójimo. El ingrato se fue, llevándose el dinero con el que había pagado el viaje. Pero eso era lo que menos me importaba.

La pobre mujer estaba cojeando de la pierna izquierda. Tuve que ayudarla a sostenerse en pie y a caminar, para que no tuviese que hacer tanto esfuerzo. Juntos, procurábamos volver al pueblo más cercano, pero unos bandidos nos sorprendieron por el camino. Se llevaron mis pertenencias. No quería enfrentarme a ellos en la situación que me encontraba.

Ella se llamaba Amanda Black. Conforme avanzábamos, su voz se volvía más ronca y su respiración dificultosa. Tuve que llevarla en brazos todo el camino que quedaba hasta Colinden, donde podrían intentar tratarla.

Mas el viaje se hizo eterno, y tuvimos que pasar la noche escabullidos en los matorrales. Esa noche apenas dormí. Entre el miedo de ser sorprendidos y la necesidad que tenía de salvar a esa mujer fueron suficientes. Ella temblaba del frío, por supuesto. Le puse mi abrigo y me quedé abrazándola, para que no sintiese tanto la baja temperatura. No recuerdo cuántas veces me estuvo agradeciendo lo que hice por ella. La verdad, me impresionó mi buena voluntad.

En cuanto despertamos a la mañana, sentí algo raro en mí. Me había contagiado de la enfermedad de la mujer. Sin embargo, continué llevándola por el camino hasta que, finalmente, conseguimos llegar a Colinden. Los dos estábamos en un estado lamentable. Apenas habíamos comido algo en la mañana. Yo estaba exhausto de cargar con la leprosa. Pero me sentí bien. Amanda sobrevivió. Yo también. Dios nos ayudó a continuar. Él es el que sabe cuándo moriré. Ya sea por la enfermedad o por cualquier otra cosa.

- ¡Es usted un héroe! ¿Dónde está ahora Amanda?
- Lo desconozco. En cuanto conseguí dejarla a salvo en casa de unos médicos, me alejé de los lugares públicos para evitar contagiar a nadie. Entonces llegó esta oscuridad y vine aquí, buscando un lugar donde poder pasar mis últimos momentos de vida, hasta que me consuma esta enfermedad.
- Vaya... Estoy segura de que Amanda te querrá encontrar antes de eso.
- Es posible. Pero... Perdona por ser pesimista. Creo que moriré antes.
- Nunca se sabe. A lo mejor te ha encontrado ya y llama ahora mismo a la puerta.

Y en ese momento, como si de casualidad se tratase, dieron tres fuertes golpes en la puerta. No se trataba de Amanda, pero la visita fue inesperada.


"¿Arthur? Solamente diré que él sería capaz de ponerse delante tuya cuando te fuesen a fusilar." - Cecil Clerinell.

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