domingo, 31 de julio de 2016

Relatos de un PNJ #3: La manzana de Shi Ying

-¿Armaia? ¿Qué estás haciendo aquí? - Preguntó Seyren al abrir la puerta.
-Tío Howard me ha dicho que te avise. Necesita ayuda con los preparativos del festival.
-¿Howard?
Howard era un herrero que trabajaba en Nuevo Arstis. Un hombre musculoso, con un tono de piel más moreno del normal, de ojos verdes y cabello oscuro, esa es su simple descripción. Siempre podías verlo con alguna herramienta en las manos, de cualquier tamaño. Heredó el trabajo de su padre, quien enseñó a Howard el oficio. Su otro hijo no quiso ir por el mismo camino y ahora es el tendero y el padre de Armaia, con lo que las cosas tampoco le fueron tan mal. Los hermanos se encargan de las tareas que requieren más esfuerzo para el festival. Pocos minutos transcurrieron hasta que Seyren alcanzó la plaza, donde se reunían todos los voluntarios a ayudar con los preparativos.
-¡Ah, Howard! Usted es el que también buscaba a Armaia en Nuevo Arstis. Ahora recuerdo.
-Un placer conocerle, Seyren. Mi sobrina me ha hablado bien de usted.
-Bueno, a lo que venía. ¿Qué necesita?
-Brazos fuertes. Hay que levantar toda esa madera para que la plataforma aguante.
-Ya veo. ¿Quién va a utilizarla?
-¿Quién va a ser? Alphoccio. Ese siempre tiene que montar el espectáculo. Esta vez quiere un “escenario”, como si esto fuese un teatro.
-Y lo quiere en la plaza.
-No puedo negarme. A la gente le encanta.
-¿Él no puede venir a ayudar?
-Alphoccio no sería capaz de levantar ni una piedra del río para lanzarla de nuevo. Es un flojeras.
Seyren y Howard compartieron una carcajada breve y se pusieron manos a la obra. Iba a llevarles toda la tarde, pero estaría listo su trabajo sin problemas.

Armaia había ido a visitar a Erend, que era el único amigo suyo que se encontraba también en Viejo Arstis. La iglesia, decorada con preciosas vidrieras, impresionaba por su belleza a la niña. No tardó en ver al chico junto a Margaretha, quien de vez en cuando sentía un tirón en su ropa a causa de Erend, que no paraba de preguntar. La sacerdotisa estaba dotada de mucha paciencia, pero no pudo evitar suspirar de alivio al ver que el chiquillo se iba con su amiga.
-¿Dónde vamos, Armaia?
-Vamos afuera del muro. En la Torre del Este de la ciudadela nos están esperando Tres y Alphoccio.
-¿Alphoccio? Mentira. No te creo.
-¡Vamos, corre!
-¿Pero cómo lo habéis conseguido? - Preguntó Erend mientras seguía a Armaia.
-Ya sabes cómo es Tres. Siempre se las arregla para salirse con la suya. Alphoccio es muy simpático, la verdad. Nos va a contar la historia del festival de Arstis.
-Gracias por llamarme, pero… ¿Laurell y Cenia?
-No pueden venir, es una pena.
Apoyando su espalda en la piedra de la Torre del Este, se encontraba él. Unos ojos azules que podrían hipnotizar a cualquiera, un cabello rubio que parecía brillar con la luz del sol, su tez pálida y sus ágiles manos sosteniendo el arpa con delicadeza… Ese era Alphoccio, un joven con talento para la música que resultaba ser muy popular en el Valle de Arstis. Tres estaba sentada justo enfrente, en la hierba. A su lado se sentaron Armaia y Erend, no sin antes recibir el músico un abrazo del chico que acababa de llegar.
-Muy bien. Os voy a contar la historia de Shi Ying, la que se convertiría en el símbolo de Arstis.
De una montaña a otra, había un largo camino
Y dos miradas se cruzaron, quizás fue cosa del destino.
Fue un solo instante, mas el varón quedó cautivado
la mujer más bella, delante de él había pasado.
Los manzanos habían dado fruto, ella siempre recolectaba
“Las manzanas son la fruta del sueño”, siempre recitaba
Tan ilusionada se fue a dormir, que olvidó cerrar su ventana
y un viento fuerte acabó llevándose a la chica de la manzana.

Despertó en el otro lado del valle, confusa, desorientada
creyó seguir soñando, pero algo no encajaba
el príncipe de sus sueños no era el mismo que recordaba.
El varón, obsesionado, no la dejó marchar
Ella, angustiada, no sabía cómo escapar.
Como última esperanza, lo haría comer una manzana
y cuando cayera la noche y él durmiese, llevar a cabo su escapada,
mas el astuto varón, había bloqueado la ventana.

Llorando en silencio, lágrimas en sus mejillas,
notó que algo se acercaba, enfrente de la ventanilla.
El príncipe de sus sueños, en una nube subido
puso su mano en el cristal, ella hizo lo mismo.
Cuando quiso darse cuenta, ella misma había cambiado
su vestido no era el mismo, era blanco y plateado,
también pudo sentir el calor de una mano
atravesando la ventana, liberándola del malvado.

Como si de un sueño se hubiese tratado,
la nube la llevó volando por el prado
celebrando que esta vez, el amor había triunfado.

“Comer una manzana antes de dormir,
hará que tengas sueños tan intensos
Que cuando despiertes, no podrás sino sonreír.”
Eso debéis hacer, chicos. Hoy, podéis pedir una manzana y comerla antes de dormir. Tendréis sueños que parecerán reales - Terminó Alphoccio con un último acorde de su arpa.

Los niños se quedaron en silencio durante toda la canción, pues la música que era capaz de tocar el joven resultaba ser maravillosa para los oídos. Al terminar, los tres aplaudieron con muchas ganas. Tanto la historia como la canción los había cautivado. Alphoccio no pudo más que devolverles una simpática sonrisa y pasar un tiempo más con ellos. Al fin y al cabo, lo habían convencido. Él ya tenía preparado su espectáculo de mañana, y un calentamiento no le vino mal. La hora de irse del músico había llegado. Le tocaba descansar. Los niños lo habían pasado muy bien esa tarde.
-Hay que ir a por manzanas, ¿verdad? - Añadió Erend.
-Es verdad, pero… ¿Cómo vamos a conseguirlas? Dinero no tenemos - Respondió Armaia.
-Id a preguntarle al frutero, a ver si os consigue dar alguna sin pagar - Propuso Tres.
Allá fueron, pero el frutero estaba malhumorado ese día. No iban a poder conseguir mucho.
-Verá, es que…
-No hay peros, niña - Le contestó a Armaia, que es quien había hablado - aquí la fruta se paga. No hay otra manera.
-Pues vaya…
Sorprendentemente, Tres estaba esperando a Erend y a Armaia en la esquina. Los niños no se dieron cuenta de que había desaparecido un momento.
-¿Tres? ¿Qué haces aquí?
-Darle la vuelta a la… Manzana - Contestó mientras sacaba de debajo de su ropa tres manzanas.
-¿Cómo tienes tres manzanas? - Preguntó Erend, incrédulo.
-Ha sido fácil. El frutero estaba mirándote fijamente con unos ojos muy rojos, así que he aprovechado y me he llevado las manzanas.
-¿Qué? ¿Las has robado? - Dijo Armaia con los ojos muy abiertos.
-¿Qué os pasa, chicos?
Los tres dieron un brinco del susto. Seyren se los había encontrado de camino a casa. Erend prefirió quedarse callado y dejar a las chicas hablar con el caballero.
-Nada, que hemos visto hoy a Alphoccio y nos ha cantado una canción muy bonita - Explicó Armaia, hablando rápidamente - Decía que si comías una manzana antes de dormir ibas a tener sueños que parecerían reales y pues claro, hemos ido a buscar manzanas y...
-Vale, vale, coge aire, Armaia. Te está cambiando de color la cara - Interrumpió Seyren.
-Pues eso era. Hemos pasado una buena tarde - Dijo Tres, intentando que el caballero se marchase.
-Me alegro, entonces. Espero que mañana también lo paséis bien en la feria.
-Igualmente. ¡Hasta otra!
Erend respiró hondo y Armaia se tapaba la cara con las manos apoyando la espalda en la esquina.
-¿Cómo eres capaz de robar, Tres? - Empezó a reprochar Erend - ¡Eso está mal!
-Pero tenemos manzanas.
-¡Da lo mismo!
-Toma, cógela.
-No pienso comer de esas manzanas robadas. Quédatela.
-Bueno, pues se la doy a Armaia, que está ahí y no sé qué le pasa. Yo tengo suficiente con una. Toma, dos por una.
Armaia se destapó la cara aún ligeramente enrojecida y metió las dos manzanas en su mochila, que siempre llevaba.
-¡Nos vemos mañana, chicos! - Se despidió rápidamente Armaia antes de salir corriendo.
-¿Qué le pasa? - Se preguntaba Erend.
-No tengo ni idea. Está rara. Ya mañana estará mejor.

Esa noche apareció Margaretha en casa con una manzana. Era de parte de Armaia, la cual había contado la historia de Shi Ying a la sacerdotisa. La dejó en la mesa del comedor, porque ella estaba segura de que su hermano iba a comérsela antes de dormir. Así fue.


-Vaya, vaya. Tendré que vigilar a estos niños también. No pueden entorpecer mi plan - Pensaba una mujer que los había estado vigilando.

domingo, 24 de julio de 2016

Relatos de un PNJ #2: "El poder de la Luz"

[En efecto, voy a utilizar los nombres de los “monstruos” de Bio Laboratory de Ragnarok Online para mis protagonistas. Tengo la sensación de que me quedo sin nombres, así que prefiero conservarlos para otras historias. Además, me resultó divertido así.]


Seyren salió a primera hora de la casa de su familia. Únicamente la habitaban Seyren y su hermana, Margaretha. Sin embargo, ella siempre salía antes del amanecer hacia la Iglesia. Había obtenido su puesto de sacerdotisa hace casi un año, y eso la mantenía aún más dedicada al clero. Los hermanos apenas se veían las caras más allá de encontrarse en ocasiones por la plaza de camino a cualquier lugar. El caballero habló con todos los transeúntes en la plaza, describiendo a Armaia como la recordaba. Pelo rubio, corto y con una felpa morada en la cabeza sujetando su pelo. Llevaba un vestido color carmín y unas botas del mismo color, solo que un poco más claras. Nadie sabía nada. Algunos la conocían, como la hija del tendero, pero nada más. No conocían su paradero. Durante los interrogatorios, Seyren se encontró con su hermana en la plaza.
- ¡Eh, Margaretha!
La sacerdotisa miró atrás y vio a su hermano. Ella llevaba un vestido largo rojiblanco, abierto por delante en dos cortes que permitían el caminar libre de sus largas piernas. Su cabello; largo y rubio con un flequillo pronunciado y gran parte del pelo suelto hasta llegar casi al final, donde se reunía en una coleta; era extravagante, pero quedaba bien. Sus ojos eran marrones, como los de Seyren, y sus piernas estaban cubiertas en su totalidad por medias blancas, que hacían contraste con sus zapatos negros de plataforma. Como era común entre los sacerdotes; en el pecho de su vestimenta había grabada una cruz, en este caso negra, para que destaque con el fondo blanco. Con el aire de tranquilidad y sosiego que caracterizaba su día a día, detuvo su andar y prestó atención al caballero.
- Dime, hermano.
- ¿No habrás visto por casualidad a una niña de más o menos esta altura - Decía Seyren poniendo la mano a la altura de su cadera - que sea rubia de cabello corto y lleve un vestido carmín?
- Pues… No. ¿Por qué preguntas?
- Han secuestrado a esa niña. Armaia es su nombre.
- ¿En serio? Que la Luz la guarde - Dijo Margaretha mientras juntaba las manos.
- Tengo que encontrarla. Su padre está muy preocupado también.
- ¿Y has estado preguntando por la plaza desde la mañana?
- Sí.
- Entonces poco más vas a sacar de información aquí. Seguro que ya has hablado con los dueños de todos los negocios.
- Puede ser…
- Vamos a Nuevo Arstis. Hoy soy yo la que debe traer el agua bendita de su Iglesia. No me vendría mal compañía. Así hablo con mi hermano, que apenas lo veo.
- Bueno, no puedo oponerme. Preguntaré allí también. A lo mejor saben algo.
Los hermanos se pusieron rumbo a Nuevo Arstis, por el mismo camino que Seyren recorrió el día anterior. Incluso se detuvo cuando pisaban el lugar donde Armaia fue secuestrada. Aún quedaban marcas del cepo utilizado.
- No quiero volver a ver cepos en mi vida.
- ¿Qué?
- Cierto, no te he contado la historia. Ayer, cuando salí...
Seyren contó la historia a la sacerdotisa, quien acabó muy sorprendida con el final de la historia. Nadie creía que alguien fuese capaz de secuestrar en estos lugares.
- Qué barbaridad. Sea quien sea, será castigado por la Luz.
- Y por mi espada como me lo pongan por delante.
- ¡Qué bestia eres! ¿Así es como os entrenan en el cuartel?
- Bueno… A veces.
- Mejor no diré nada al respecto.
- ¡Nos preparan para la batalla! ¿Qué quieres que nos enseñen?
Margaretha sonrió. Lo hizo porque en realidad tenía parte de la razón su hermano y porque la otra parte no supo en ese momento cómo explicarla.
- No me has contado nada desde que te volviste sacerdotisa - Añadió Seyren cambiando de tema.
- Tampoco hay mucho que contar. La vida del clero no resulta ser demasiado excitante.
- Hice bien en no quedarme.
- ¿Acaso te lo pasaste bien en el cuartel?
- Mejor que tú seguro.
- ¿Cuántas aspirantes a caballera había?
- Siete. Un momento…
- Lo sabía, pervertido. Así no llegarás al buen camino.
- ¡No me puedes tender estas trampas!
- Es muy fácil que caigas en ellas, ¿no es así? - Preguntó Margaretha seguida de una risilla.
- Muy graciosa. Tengo que encontrar a Armaia…
- Rezaré por vosotros dos.
El camino se empezaba a hacer monótono en este punto. Todo era pasto y hierba, nada más.
- Una pregunta, Marga… ¿Para qué envían sacerdotes al Continente Norte? No parecen tener mucha capacidad para la guerra.
- Se nota que no conoces nada sobre el poder de la Luz. Sólo aquellos que demuestran verdadera devoción a ella son bendecidos con su poder. Así, por ejemplo, yo puedo tocarte así tu hombro con mi mano y, por ejemplo, sanar alguna herida que tuvieses.
- ¿En serio? ¿Así sin más?
- Para guerreros como tú es difícil de comprender.
- Gracias por tu descalificación, hermana - Se quejó Seyren siendo sarcástico.
- No, no es eso. Simplemente no estáis familiarizados con lo que no habéis sentido nunca. Entregar el alma a la Luz no es algo que se pueda hacer de la noche a la mañana. Requiere meses de rezos y tener de verdad fe en ella. Cuando menos lo esperaba, yo pude notarlo. La Luz me había aceptado y me otorgaba su poder. Fue entonces cuando ascendí a sacerdotisa.
- Suena… Raro, sí.
- Es lo que te dije, difícil de entender.
- Mira, ya se ve a lo lejos.
Las murallas de Nuevo Arstis se veían aún más majestuosas que las de la otra ciudadela. Eran superiores en todos los sentidos. Altura, grosor y decoración. No le hacía falta nada más. A simple vista podía parecer una fortaleza impenetrable. Sin embargo, su interior no distaba de convertirse en una ciudad como cualquier otra. Esta vez Seyren entró dentro de la ciudadela amurallada y pudo observar la gran cantidad de personas que la habitaban.
- Me temo que nos veremos en otra ocasión, ¿no es así? - Dijo despidiéndose Margaretha.
- Es así. Si ves a Armaia o a alguien que la haya visto, búscame, por favor.
- Eso haré. Hasta otra. Que la Luz te guíe - Terminó la sacerdotisa con un gesto típico de su profesión.
- Hasta luego...
Seyren se fijó en un tablón de anuncios cercano al portón de la entrada. Un hombre lo estaba observando.
- Disculpe, no habrá visto usted a una niña rubia de cabello corto, con una felpa morada…
- ¿Que llevaba un vestido carmín?
- ¡Sí! ¿La ha visto?
- No. Le pregunto lo mismo.
- ¿Cómo?
- Mira el tablón. Ya son cinco anuncios de niños desaparecidos. La nuestra no aparece, así que serían seis.
- ¿Están desapareciendo niños?
- Sí. Nadie tiene ninguna pista.
- Los están secuestrando. Por lo menos a la que buscamos es lo que le ha sucedido.
- ¿Por qué irían a secuestrar niños por aquí?
- Tampoco tengo ninguna pista, pero tengo que encontrarla.
- Deje que me presente. Howard.
- Seyren.
Ambos se dieron un fuerte apretón de manos, incluso teniendo el caballero puestos sus guanteletes metálicos.
- Vamos a buscar por nuestra cuenta. No parece que vayan a dejar que nadie se entere del paradero de los niños - Propuso Howard.
- Allá vamos.


Seyren exploró la parte izquierda de la ciudadela y no encontró más que casas y casas. Era la zona de viviendas, así que no era de extrañar. Lo que sí era inusual era un callejón. No había ninguno en toda la zona salvo en ese lugar.
- ¿Qué mejor lugar para esconderse que un callejón?
No tuvo tiempo de hacer mucho, pero sucedieron varios eventos al mismo tiempo. Escuchó un golpe en un baúl que estaba cerrado en el suelo, una puerta metálica abrirse al fondo del callejón y pasos de alguien que se aproximaba. El sujeto no dijo nada. Era pelirrojo, su cabellera era larga y estaba desordenada. Se veía que tenía fuerza suficiente para llevarse el baúl, el cual era su objetivo. Lo agarró con sus dos brazos y lo llevó con poco esfuerzo hasta que Seyren lo perdió de vista, doblando la esquina del callejón por donde había venido. El caballero, sin saber muy bien lo que pasaba, tuvo curiosidad por la puerta metálica. Entró y vio la escena. Cinco niños se encontraban atados y amordazados. Uno de ellos era Armaia, la cual hizo unos gestos indicando que se alegraba mucho de ver al caballero de nuevo. Sin embargo, la puerta se cerró bruscamente tras Seyren y se escuchó el sonido de una cadena. El caballero intentó abrir la puerta, pero era inútil. Estaba completamente cerrada y no podía derribarla con su fuerza, pues era metálica. Ahora él estaba encerrado con los niños. Había sido encerrado por el hombre del baúl, quien despistó al caballero fingiendo irse para después apresarlo en la sala con los secuestrados. El secuestrador volvió a por el baúl que había dejado en la esquina y continuó su camino, mas la suerte no estuvo de su lado.
- Perdone, ¿tiene un momento?
- Ando un poco ocupado, como puede ver - Contestó el hombre, frunciendo levemente el ceño y sin detenerse.
- Solo será un minuto. Puede que hasta menos tiempo. Verá, la Iglesia busca a nuevos integrantes jóvenes, interesados en la fe en la Luz desde temprana edad.
- ¿Le parezco joven?
- Usted a mí me parece una persona despreciable - Alzó la voz Margaretha.
- ¿Qué acaba de decir?
- Lo que ha oído, señor secuestrador.
Una patada en la entrepierna con los zapatos de plataforma hizo que el hombre soltase el baúl bruscamente y aplastase sus dos pies y el de la sacerdotisa.
- Maldita... - Alcanzó a decir mientras caía al suelo dolorido.
- La Luz prefiere la paz. Tú estabas consiguiendo todo lo contrario. Es hora de que pagues por lo que has hecho.
Margaretha se arrodilló enfrente del hombre, que apenas podía moverse más que rodar por la calle, y colocó las palmas de sus manos apuntando hacia él.
- Por el poder de la Luz, pido que este hombre sea debilitado. ¡Devitalia!
En cuestión de segundos en los que una tenue luz conseguía salir del cuerpo del hombre, los movimientos del secuestrador se hacían más pesados y lentos, hasta el punto de no poder siquiera levantarse por sí mismo. La sacerdotisa buscó entre las pertenencias del hombre la llave del baúl y lo abrió. Dentro estaba un chico atado y amordazado como los que encontró Seyren. Este tenía una expresión de asombro ante lo que había podido ver por el ojo de la cerradura del baúl.
- Veamos qué tienes que decir. Ahora estás a salvo - Decía Margaretha mientras quitaba las ataduras del niño.
- ¡Es usted increíble! ¡Muchas gracias!
- ¿Sabes dónde están tus amigos? Los están buscando.
- ¡Sí!
- Llévame hasta ellos, por favor.
- ¡Está bien! Pero enséñeme la Luz, por favor.
- ¿Eh? ¡Ah! ¿Quieres convertirte en sacerdote? - Preguntó Margaretha mientras el chico la guiaba por las calles.
- ¿Es usted sacerdotisa? ¡Vaya! Mis respetos.
- Tus padres te han educado bien. Buen chico. En cuanto encontremos al resto, me quedaré contigo un rato, ¿sí?
- ¡Vale!
La emoción del momento en el que fue salvado y la manera en la que Margaretha se enfrentó al secuestrador hicieron que el chico pusiera mucho entusiasmo por lo que la sacerdotisa hacía. Era su salvadora, al fin y al cabo.
- ¡Aquí es! Esta puerta.
- Está cerrada y tiene esta cadena puesta… Vamos a tener que ir a buscar ayuda antes. ¿Vamos?
- Vamos.
Mientras tanto, Seyren había desatado a todos los niños. Estuvieron pensando en cómo salir, pero al quedarse sin ideas, sólo les quedó charlar de nuevo entre ellos, ahora que podían. Armaia, Cenia, Kavac, Laurell y Tres; eran los nombres de los niños encerrados.
- Seyren, has vuelto a caer en otra trampa - Apuntó Armaia.
- Por lo menos he podido venir a salvarte esta vez.
- ¡Pero si estamos encerrados! - Interrumpió Kavac, el único chico de los cinco.
- Tranquilos, tiene que volver en algún momento a por vosotros.
- Espero que Erend esté bien… - Murmuró Laurell.
- Erend es el chico que falta, ¿cierto? Me dijeron que habían seis niños secuestrados.
- Sí. Pobrecito, le tocó a él entrar en el baúl primero - Dijo Tres.
- ¿Y esta chica? ¿Qué pasa con ella? Está ahí en el rincón y no quiere hablar - Preguntó Seyren.
- Cenia casi nunca dice una palabra - Contestó Kavac.
- Es muy tímida - Añadió Armaia.
- ¿Todos vosotros os conocéis de antes? - Tuvo que preguntar el caballero.
- Sí. Cuando la madre de Armaia la traía al parque, siempre estábamos todos juntos jugando - Respondió Kavac.
- Qué bueno. ¿Y ahora no te traen al parque, Armaia?
En el momento que preguntó, un fuerte golpe metálico se escuchó en la puerta. También se escuchó una cadena cayendo por el otro lado. A continuación, se abrió la puerta metálica con violencia desde el otro lado. Seyren se había preparado tomando su espada, pero el ver que las caras eran conocidas, fue un alivio para todos. Howard había entregado al secuestrador a las autoridades y se encontró con Margaretha, quien necesitaba ayuda para abrir la puerta metálica. Howard es herrero, y trabajar metales es lo que se le da mejor, lo que fue idóneo para la situación. Los niños estaban a salvo. Seyren también.
- ¿Seyren? - Preguntó sorprendida Margaretha.
- Te lo explico por el camino.
- Mejor espérame en casa. Tengo que acompañar a este chico.


Seyren tomó el camino de vuelta a Viejo Arstis de la mano de Armaia. Los niños de Nuevo Arstis ya estaban a salvo con sus respectivos familiares, quienes recompensaron tanto a Seyren como a Howard con lo que pudieron pagarles. Margaretha no quiso formar parte de las ganancias, a lo que no se opuso ninguno de los dos hombres.
- Seyren...
- Dime.
- Gracias por venir a salvarme.
- Qué menos podía hacer.
- Es que… He parecido una princesa.
- ¿Eh?
- ¡No te enteras de nada! ¡Usa un poco esa cabeza!
- ¡Ah! Lo dices por lo de que soy caballero y…
- Qué bien, sabe pensar.
- ¡Oye, que soy el mayor aquí, un respeto!
- Ay, sí, perdona - Se disculpó con una risilla.
- ¿No te dije que no tenía princesa? Pues de momento eres tú.
- ¿Qué? - Armaia se sonrojó y se quedó sorprendida.
- Una princesa se convierte en reina, al fin y al cabo. Para ser reina necesitas un rey, así que ya estás tardando en encontrar un príncipe, ¿eh?
- Ah, claro…
- ¿Qué, ya tienes echado el ojo a algún chico?
- ¡No!
Seyren se echó a reír mientras ambos continuaron camino a Viejo Arstis, sin soltar sus manos en ningún momento hasta cruzar el portón. El padre se alegró muchísimo de volver a ver a su hija.
- Prometí agradecérselo, caballero. Aquí tiene.
- ¿Esto es…?
- Es un salvoconducto para cruzar las montañas desde Nuevo Arstis. Siendo usted un caballero, tendrá que viajar algún día.
- Muchas gracias. Tampoco necesitaba una recompensa, pero ha cumplido su palabra. Me conformo con saber que su hija está sana y salva.
- Gracias a usted. Que pase una buena noche.


Mientras tanto, en Nuevo Arstis…
- Hijo, ¿estás seguro?
- Sí, papá.
- Sacerdotisa, usted sabe que a esta edad el chico no puede aún entrar a formar parte de la Iglesia, ¿cierto?
- Estará a mi cargo en Viejo Arstis. No se preocupen, estará más en vuestra casa que allí. Serán un par de días por semana, para saber si de verdad Erend quiere ser miembro de la Iglesia - Explicó Margaretha.
- Sigo pensando que aún es un crío - Replicaba el padre.
- La decisión es suya, señor.
El padre se lo pensó bastante mientras miraba a la madre, quien sí estaba de acuerdo con la sacerdotisa.
- Está bien. Si es así como lo quiere el niño… Habrá que darle la oportunidad.
- Esperemos que la Luz lo guíe por su camino.
- Váyase antes de que me arrepienta, sacerdotisa. Con todos mis respetos.
- Muchas gracias. Que la Luz los bendiga.


Durante el viaje de vuelta, Margaretha estuvo reflexionando sobre el día de hoy y se dio cuenta de un detalle muy importante que se le pasó descubrir.
- ¿Por qué querría secuestrar niños? La pregunta más importante y se nos olvida…
Cuando la sacerdotisa volvió a casa, Seyren se había quedado dormido en un taburete.
- ¡Despierta!
- ¿Eh?
- Anda que quedarte dormido de esa manera… Anda, cuéntame tus peripecias y cómo llegaste a encerrarte con los niños.
- Pues...
A la historia de Seyren, la sacerdotisa sólo pudo reaccionar de una manera.

- Caes en todas las trampas, Seyren.