domingo, 27 de marzo de 2016

Una historia entre un médico y varias tumbas (Tributo a Darkest Dungeon #5)

Él siempre procura recordar su rostro cuando pasa por el cementerio. Todos los días se asegura de visitarlo con la oportunidad de volverlo a ver alguna vez.

Cecil obtuvo el título de medicina, pero el trabajo como médico escaseaba si no tenías algún familiar que te recomendase. De ese modo, a sus dieciocho años, acabó tratando con la enfermedad más peligrosa de todos los tiempos: La Peste Negra.

Afortunado fue, al no contraer la enfermedad. Sobre todo, porque cayó enamorado de la hija de un paciente.

Cecil tuvo que tratar durante largo tiempo a un hombre llamado Paul Ashbury, cuya mujer murió en el parto de su hija, Shauna Ashbury. Eran tiempos muy difíciles para la familia y buscaron desesperados alguien que pudiera salvar a Paul. Ese fue Cecil Clerinell. Pasaba casi todo el tiempo dentro de la casa de los Ashbury, ya fuese tratando al paciente o hablando con su hija.

El sueño de Shauna era visitar los países del este. Había escuchado historias fascinantes sobre aquellos lugares desde que era pequeña. Eso le contaba a Clerinell, que se divertía con las historias de la joven.

Tiempo después, se produjo lo inevitable. Paul Ashbury estaba al borde de la muerte debido a la enfermedad. Cecil intentó todo lo posible desde el principio, pero no consiguió más que alargar la agonía del pobre hombre. Paul, ya convencido de que no se podía salvar, encomendó a Clerinell que cuidara de su hija. El enfermo ya no podía protegerla de ningún modo, por lo que recurrió al médico que lo acompañó la mayor parte del tiempo en sus últimos momentos. Lo último que pidió fue que Shauna no entrase en la habitación hasta que estuviese ya muerto. Así lo hizo Cecil. Se aseguró de que ya no respiraba y llamó a la joven. En cuanto entró por la puerta y vio unos instantes a su padre, rompió a llorar.

Los planes de futuro de Shauna y Cecil no estaban muy claros en ese entonces. Tenían que mantener la vivienda de algún modo y el médico apenas conseguía pacientes. Extraño era el que no fallecía a los cinco días de tratamiento porque llamaban a Cecil cuando ya estaba muy avanzada la enfermedad. Fue por esto que Shauna tuvo que ejercer en secreto un oficio no muy honrado. Consiguió mantener la casa un par de años a base de robar en las tumbas de los muertos. Asaltando tumbas hasta que la Peste Negra redujo las víctimas. Ella recuerda perfectamente que tuvo que robar en la tumba de su propio padre para sobrevivir.

Casi sin recursos y con pocas esperanzas, Cecil y Shauna vendieron la casa de los Ashbury y se mudaron al Hamlet. Un pueblo pequeño al cual asaltaría la oscuridad tiempo después. Cecil conoció a Azor, y más tarde, con la muerte de un compañero en la mazmorra, encontró una tumba en el cementerio del Hamlet que le resultó extraña sobremanera. Se acercó y el viento comenzó a soplar fuertemente. Con los ojos entrecerrados, pudo ver la silueta de Paul Ashbury flotando sobre la lápida que claramente ponía: "Larga vida a los Ashbury"

Fue la noche anterior a la llegada de la oscuridad. Cecil se lo tomó como una misión.

"El apellido Ashbury se conservará si salimos con vida de esta, Paul." - Cecil Clerinell.

"Ahora que me estoy volviendo exploradora, voy a encontrar tantos tesoros que la familia Ashbury será la más rica del país."

sábado, 19 de marzo de 2016

Informativo: ¡Comienza la nueva etapa!

Las entradas anteriores a esta son parte del blog antiguo. A partir de ahora, aparte de continuar cuando pueda la serie de Darkest Dungeon, comienza la vida de este PNJ que narra estas historias todos los domingos, sorprendiéndonos algunos de ellos.

Este es el final de la mudanza. Espero que sigáis entretenidos con estos relatos. Hasta más ver, lectores.

Bomba de Amor (Tributo a 'Keep Talking and Nobody Explodes')

- Te quiero, Amanda - Pronunció nerviosamente.
- ¡Fran!

*Un día antes...*

- Lo mejor sería tener más tiempo para estar juntos, ¿verdad?
- Lo mejor sería tener más tiempo para todo - Contestó Amanda - porque con eso de que cualquiera pueda plantar una bomba estamos hasta arriba de trabajo.
- Ojalá pudiéramos tener todo ese tiempo.
- Ojalá. Pero ahora tengo que seguir con el informe de la última bomba desactivada. Dame unos minutos y acabo.
- ¿Unos minutos solo? Para ti todo el tiempo que quieras.
- Te pones pesado a veces, ¿eh, Fran?
- Lo siento, ya me voy. Hemos quedado para improvisar un poco antes de mañana por la noche.
- Cierto, vais a tocar en el club mañana. Espero estar libre.
- Nos vemos cariño.
- Hasta luego.

Francisco pasaba por la comisaría alguna que otra vez a la semana para ver a su mujer: Amanda. Él era el saxofonista en un pequeño grupo de jazz que tocaba semanalmente por las noches en el club "Dos Cielos". Amanda era una de las más veteranas en ayudar a los artificieros con la desactivación de bombas. Una mente organizada y experta en mantener la calma y hacer que el que tiene la bomba en sus manos también consiga mantenerla.

Como los casos de amenaza bomba se habían multiplicado, el trabajo de Amanda requería que ella estuviese más tiempo del normal en su puesto. Junto a Yassine, el artificiero que seguía las instrucciones de Amanda, habían desactivado ya más de cinco bombas en dos semanas.

*Al día siguiente, por la noche...*

- ¡Evacúen todo el mundo! ¡Hay una caja bomba tras el escenario!

Con gran estruendo, el público hizo caso al dueño del local y los músicos dejaron de tocar para salir del establecimiento. Entre ellos estaba Francisco.

- He llamado a la policía. Dicen que el artificiero está de camino - Informó el dueño del local.
- Espero que no vuele por los aires el edificio antes - Dijo uno de los músicos.
- Un momento, me están llamando.

...

- ¿Sí?
- Aquí la comisaría. Amanda al habla. Hay un ligero problema. ¿Puede usted atenderme un momento?
- Por supuesto.
- El único artificiero que podía llegar a tiempo ha tenido un percance grave. Vamos a tener que intentar desactivar la bomba sin el artificiero. Voy a necesitar a un voluntario de entre ustedes con el que pueda comunicarme para darle las instrucciones. También necesitará un cortacables o alguna herramienta para ello.
- Está bien. Preguntaré por el voluntario e iré a por la herramienta yo mismo. ¡Señores, hay problemas! ¡Le ha pasado algo al artificiero y uno de nosotros va a desactivar la bomba con las instrucciones de una experta al teléfono!

Francisco se acercó rápidamente.

- ¿Amanda?

El dueño pasó el teléfono móvil a Fran.

- Amanda, soy Fran.
- ¿Fran? ¿Qué?
- Que voy a meterme ahí, dime lo que tenga que hacer.
- Pero...

Amanda había sentido un escalofrío recorriendo su espinazo. Tenía mucho miedo de que algo le sucediese a Francisco.

- Vale, me han dado ya lo necesario. Voy a entrar y a ver esa bomba. ¿Dónde estaba exactamente, jefe?
- Detrás del escenario, entre bastidores. En la mesa del camerino de mujeres. Bien visible.
- ¿Qué hacías tú...? Es igual. Voy allá.

...

- Fran. Ten mucho cuidado, ¿vale? No te alteres.
- Si tengo a la mejor guiándome. No me pasa nada.

Amanda suspiró. Ese optimismo y carácter despreocupado de Francisco ante la bomba la ponía más nerviosa todavía.

- Vale, la tengo delante. Es rectangular, gris y azul oscura a los lados y con partes naranjas. Hay cables, luces parpadeando, un temporizador...
- Está bien, son de las mismas. Mira primero, sin agitar mucho la caja, si tiene alguna batería a los lados. Si hay, dime cuántas.
- Hay... Dos baterías pequeñas y una grande.
- OK. ¿Cuánto tiempo tenemos?
- Cinco minutos apenas.
- Debería dar tiempo. Vamos. Dime lo de la luz parpadeando. ¿Qué tiene a su alrededor?
- Es como una rueda de sintonizar radio.
- Vale, eso es código morse. Si lo descifras, yo te daré la frecuencia.
- ¡No sé código morse!
- Simplemente dime si las luces son largas o cortas. Si me las dices en orden, podré ayudarte.

Corto, corto, corto, corto. Corto. Corto, largo, corto, corto. Corto, largo, largo, corto. Eso en código morse quiere decir "help". Fran lo captó rápidamente el código y Amanda lo tradujo, buscando la frecuencia que necesitaba.

- Pon la frecuencia entre 3,450 y 3'500.
- Hecho.
- Bien. ¿Ahora qué más hay ahí?
- Una pantalla que pone el número 2 y debajo cuatro teclas con números del uno al cuatro desordenados. Dos, tres, uno y cuatro.
- Vale. Eso es lo que me tenías que decir. Si pone un dos... Pulsa el que pone 3.
- Ya. Ahora en la pantalla sale un 1.
- Pues... Pulsa el botón que pone 4.
- Ahí. Ahora pone cuatro en la pantalla.
- Pues vuelve a pulsar el 4.
- Ajá. Sale un dos en la pantalla.
- Pues... Pulsa el botón tres.
- ¿Pero el botón tres o el que ponga el número tres, que es el segundo?
- ¡El... El que ponga el número tres, imbécil!

Amanda empezaba a perder los nervios. Se dio cuenta de que el fallo fue suyo al no explicarse totalmente, y la pregunta de Fran fue lo mejor que pudo haber hecho él. Estaba muy confiado, al contrario que la experta.

- Ya está. Calma. Ahora hay un 1 en la pantalla.
- Pues... Pulsa... El que pone el número tres otra vez.
- Perfecto, se ha encendido una luz verde en una esquina.
- Eso es que vamos bien. Dime, ¿cuánto tiempo y qué más hay?
- Tres minutos. Aquí hay un botón en una cubierta de cristal que pone "Detonate". No lo pulso, ¿verdad?
- No todavía. ¿De qué color es el botón?
- Es azul.
- Vale, ten cuidado ahora. Vas a abrir la tapadera y vas a pulsar y soltar ese botón en un instante. Ni se te ocurra quedarte pulsando el botón.
- Está bien. Voy a ello.

Francisco tuvo muchísimo cuidado abriendo la caja y, cuando pulsó el botón y lo soltó, se quedó paralizado, pues pensó que si se quedaba atascado el botón al pulsarlo podría haber muerto en ese momento. Suspiró y se intentó tranquilizar. Amanda no lo conseguía tan fácilmente como Fran. Ella no quería que la vida de su marido estuviese en sus manos. Ella temblaba en su silla de oficina mientras buscaba las formas de desactivar los distintos módulos de la bomba que se le aparecían a Francisco.

- Hay... Cables trenzados.
- Vale, presta atención. Me tienes que decir el color de los cables y si esos cables tienen una luz arriba encendida o apagada. Además, abajo de alguno de ellos debería haber una marca, ¿cierto? Me la dices también. Uno por uno.
- Exactamente hay todo eso. ¡Cómo se nota la experta!
- ¡Calla y empieza por el primer cable!
- Es un cable trenzado blanco y rojo. La luz está apagada y tiene una marca negra abajo.

Tras una pausa, Amanda contestó.

- Me... Dijiste que había tres baterías, ¿verdad?
- Sí.
- Pues corta ese cable.
- Vale, el siguiente es uno azul y rojo trenzado con una luz arriba encendida.
- Eso es... Busca el número de serie. Debería estar a un lado de la bomba.
- Lo veo.
- Vale. ¿El último número cuál es?
- Es un cuatro.
- Corta ese cable.

Amanda palideció. Se había dado cuenta de que el primer cable que había cortado fue pura suerte, porque se había equivocado. Los nervios estaban jugándole malas pasadas a la mujer, que empezó a tomárselo con más cautela.

- Bien. El otro es azul, no es trenzado y no tiene ni una luz ni marca. Solo es uno azul.
- Vale... Eso es. Córtalo.
- Bien. Hay dos más. El siguiente es un solo cable blanco con la luz encendida y no tiene marca.
- Ese... No lo cortes. Ve al otro cable.
- Pues... Es un cable blanco y azul trenzado con una luz encendida y una marca debajo.
- Ese... Dios mío. Mira a ver si en los lados de la bomba hay un puerto paralelo.
- ¿Eso qué es?
- ¡Algo parecido a lo que hay detrás del televisor para que se vean los canales!
- Pero... ¿Tiene que ser igual de largo?
- ¡De-Debería de ser más largo, Fran!
- Pues creo que sí. Que esto es uno.
- ¡Entonces corta ese maldito cable y pasa al siguiente!
- Hecho. Vale. Más cables. Son seis. El primero es rojo, el segundo amarillo, el tercero negro, el cuarto rojo, el quinto azul y el último azul también.
- ¿Cuánto tiempo queda?
- ¡Cuarenta segundos!
- ¿Tanto hemos tardado? ¡Mierda! Tengo que encontrar el cable que hay que cortar ahí.
- Solo es uno, ¿verdad?
- Sí. Espero que no quede nada más.
- No. Solo queda esto.

Amanda se apresuró nerviosamente en encontrar la solución al problema de los cables. Tenía que pensar y eso no era lo mejor que podía hacer en ese momento de tanta tensión. Veinte segundos restantes.

- Amanda, date prisa.
- ¡Estoy en ello! ¡¡Dame unos segundos!!
- Ojalá tuviésemos más tiempo.
- ¿Fran?
- Te quiero, Amanda - Pronunció nerviosamente.
- ¡Fran! ¡No!

Amanda se quedó paralizada. Soltó el teléfono móvil en la mesa y comenzó a llorar. La presión pudo con ella. Tras haber desactivado tantas bombas con éxito, en la más importante no pudo conseguir lo mismo. Pero Amanda también fue demasiado lejos y soltó el teléfono antes de que la buena noticia saliera de los labios de Fran.

- Tres segundos y medio. ¡¡Tres segundos y medio!!

Amanda notó que algo se escuchaba en el teléfono y lo volvió a coger. Llorando esta vez de alegría por escuchar la voz de Fran.

- Eres... Eres...
- Lo conseguiste, Amanda.
- No... Yo no... Tú...
- Eres increíble. Nos vemos allí. Voy en unos momentos. Espérame.


Curioso cuanto menos fue el informe. Bomba desactivada. Tiempo restante: 03:32 segundos. Otras observaciones: Tres segundos de amor eterno.

"Nunca pensé que lo de cortar el cable rojo iba a ser de utilidad algún día más allá de las películas."

Veneno de Venganza (Tributo a Darkest Dungeon #4)

(¿Qué sería de las series sin el relleno?)

Aisha no sobrevivió. Estuvo intentando recuperarse varios días, pero finalmente acabó por morir envenenada. Una de las noches no despertó. Precisamente la noche que murió, Cecil y Cornelia fueron a visitarla. Ya estaba dormida cuando llegaron, pero una muchacha muy parecida a ella los saludó con un gesto y con la mirada preguntó quiénes eran.

- Cecil Clerinell - susurró el médico.
- Cornelia.

La bárbara no habló. Simplemente velaba por Aisha, que dormía plácidamente. Cecil y Cornelia se marcharon, pues no podían hacer nada. En la puerta del Sanitario, se encontraron a un hombre envuelto en un manto verde oscuro. En cuanto se dio cuenta de la presencia de los dos, hizo una reverencia y los saludó desde la distancia.

- Buenas, señor y señora. ¿No tendrán ustedes la bondad de darme una moneda para pasar la noche bajo techo?
- No, lo siento - Contestó Cecil.
- Tenemos una oferta mejor para usted - Dijo Cornelia acercándose al hombre.
- No se acerque demasiado, si es posible. La lepra no se sabe lo que es capaz de hacer.
- Vamos a darte trabajo.
- ¿A mí? ¡Si soy leproso!
- Pero estoy segura de que vas a querer colaborar. ¿Quieres que este pueblo sea lo que fue antes del Día de la Oscuridad?
- Claro.
- ¡Entonces ya tenemos a un integrante más, Cecil!
- Le echas mucho entusiasmo, Cornelia...

El leproso no sabía lo que sucedía, pero veía en Cornelia un espíritu fuerte. Aceptó el trato de unirse al grupo cuando se lo explicaron detalladamente. Al fin y al cabo, iba a tener los gastos pagados.

- Cornelia, un equipo no se hace de ese modo...
- ¡Calla ya, Cecil! Yo sé lo que hago. Déjame hablar a mí y ya verás qué buen equipo tendremos.

Volvieron a la plaza y se dirigieron a la catedral, en lo alto del pueblo. La cuesta arriba era fatigante, pero Cecil quiso encontrarse con alguien allí. Casualmente, lo consiguió. Estaba Godfrey Falkirk, el caballero cruzado. El médico ya lo había conocido.

- ¿Un equipo para restaurar el Hamlet? Me encantaría. Sin embargo, debo consultarlo antes. Si vienes al atardecer del día siguiente, te daré una respuesta.

Cornelia suspiró y, junto al médico, volvieron a la plaza. Ya era entrada la noche y el único lugar que no descansa aparte del Sanitario es la taberna. Allí fueron a probar suerte.

El ambiente era bullicioso, pero no tanto como otras veces a horas un poco más tempranas. Sólo quedaban los verdaderos amantes de la cerveza y algunos viajeros. Cornelia miraba a todos los presentes con una mirada analítica. Cecil simplemente avisó con un gesto a Cornelia, para decirle que iba a tomar algo.

La monja encontró una espalda muy familiar. Se acercó y, cuando reconoció su cara, se alegró de verlo de nuevo.

- ¿Samuel? ¡Qué casualidad! ¿Qué tal?
- No muy bien, pero gracias por preguntar. ¿Quiénes sois?
- ¿Yo? ¡Cornelia! ¿No me recuerdas?
- ¡Ah, sí! No dijiste que tenías una hermana gemela.
- ¿Qué hermana?
- Tu hermana. Va contigo, está ahí.
- Anda que... Ya has bebido bastante. Vete a casa.
- Me tendré que terminar...

Cornelia agarró la jarra de cerveza de Samuel Dacre y se la bebió en un trago.

- Pues sí, me voy a ir a casa ya. Creo que veo alucinaciones. Imagínate que he visto a tu hermana beberse una jarra entera de un trago... Nada, nada. Buenas noches.

A Cornelia se le olvidó preguntarle a Dacre sobre el equipo que estaba formando. Tampoco iba a recibir una respuesta coherente, así que decidió dejarlo pasar. Cecil parecía encontrarse tranquilo, hasta que abrió mucho los ojos y salió corriendo hacia la puerta. Cornelia lo siguió.

- ¿¡Qué pasa Cecil!?
- ¡Aisha ha muerto!
- ¿¡Cómo!?
- ¡L-lo he notado, corre!

Clerinell y Cornelia llegaron tarde. La bárbara que velaba por ella estaba llorando sobre la cama de la envenenada. Ya se habían dado cuenta de que estaba muerta. Cornelia puso una mano sobre el hombro de la bárbara desconocida, que se movió bruscamente apartándola.

- ¿¡Quiénes son!?
- Cecil Clerinell. Hemos venido antes.
- ¿¡Y por qué vienen ahora de nuevo!?
- Nos hemos enterado de que Aisha ha muerto envenenada. Pero espere un segundo. ¿Quién es usted?
- Anya, su hermana pequeña...

Anya era muy parecida a Aisha, sólo que más pequeña. Seguía siendo una mujer, a su edad. Sin embargo, se la veía mucho más infantil que Aisha, según Clerinell la recordaba. Mientras lloraba desconsolada, Cecil se acercó y la susurró:

- Si quieres venganza, ven con nosotros y acabaremos con quienes mataron a tu hermana.

Anya se recompuso muy rápidamente. Había escuchado lo que estaba pensando: Vengarse. Le estaban ofreciendo la oportunidad y no la iba a desaprovechar. La pobre chica no sabía a lo que se enfrentaba, pero iba a por todas igualmente. Decidida, y una vez le explicaron lo de la formación del grupo, aceptó el desafío.


"¡Allá por donde pase, mi hacha cortará vuestras cabezas en nombre de mi hermana!" - Anya

La Sirena (Tributo a Darkest Dungeon #3)

- Sólo sobreviví yo. Fue la aventura que me hizo comprender que esto no era ninguna tontería. Lo recordaré hasta que llegue mi hora, seguramente. Fue en la caverna de la cala. Aún no se ha conseguido explorar al completo y limpiarla de todos esos humanoides con escamas. Sin embargo, conseguimos llegar muy lejos. Demasiado lejos para nuestras posibilidades.

A la cabeza iba Arthur Mann, "el leproso". Con su manto blanco y la máscara que ocultaba su lamentable estado, era un guerrero formidable. Él y su espada ancha formaban un gran equipo.

En la segunda posición estaba Azor. No nos dijo nunca su apellido. Ni siquiera a mí, que era su mejor amigo. Era un caballero cruzado. Los discursos que daba en los momentos difíciles para subirnos la moral eran impresionantes y siempre distintos. Eso por no mencionar sus poderosas técnicas de combate.

En el tercer lugar iba yo, Cecil Clerinell. "El médico brujo", me llamaban. Un antiguo médico de la Peste Negra que decidió, como otros muchos, ir a la aventura. El apodo surgió de una bárbara también antigua amiga mía, que me apodó así.

Y en la retaguardia iba René Benoit, un ballestero francés. No conozco mucho sobre él, pero tenía muy buena puntería.

Nosotros cuatro nos adentramos en la caverna de la cala, enfrentándonos a varias de esas monstruosidades y hombres-pez. La mayor parte de ellos caían por la fuerza bruta de Arthur y Azor. Sin embargo, eso no iba a ser suficiente para el peligro que nos encontramos al final.

Un estanque de agua brillante dentro de la caverna. Era una sala natural enorme. Nos acercamos cautelosamente y fuimos gratamente sorprendidos a primera vista. ¿Tú crees en las leyendas de los marineros?
- No sé de cuáles me hablas.
- Las sirenas. Seres cuya mitad inferior son peces y la mitad superior son una bella mujer. Existen de verdad.

Cornelia hizo un gesto de sorpresa, pero dejó que Cecil continuase su relato.

- Eso fue lo que encontramos. Era una bella mujer de piel rosada y cabellos dorados brillantes. Su mitad inferior era una cola de pez azul oscura casi negra. Nuestra alegría duró poco tiempo. Salió del estanque y comenzó a aumentar de tamaño y a deformarse. El bello cuerpo de mujer hermosa se convirtió en pocos segundos en una aberración sin ningún tipo de belleza que parecía un enorme pescado podrido. Era el doble de grande que nosotros, y su cola medía mucho más. Nos pusimos en guardia para acabar con semejante atrocidad, pero nuestro valor no fue suficiente.

Arthur estaba delante. Un golpe de la cola gigante de La Sirena lo golpeó lanzándolo contra la pared. Murió al instante. No pudo hacer nada. Azor se asustó bastante del poder que acababa de contemplar, pero intentó mantener su temple, estoy seguro. René no perdió el tiempo y disparó, acertándole en la garganta al enorme pescado. Un chillido nos estremeció, y antes de que yo pudiese hacer nada, La Sirena miró a Azor y el cruzado se volvió hacia el ballestero. Pude ver con mis propios ojos cómo uno de mis mejores amigos mataba a nuestro compañero de misión clavándole su espada en el pecho. Mi decisión inmediata fue huir. No podía hacer nada. En mi carrera hacia la salida de la caverna, escuché la voz de Azor, gritándome: "¡Aquel que quiera volver a hacer daño a mi princesa tendrá que vérselas con mi acero!"

No comprendí por qué Azor fue manipulado por La Sirena. Recordando los rumores de los marineros, estos seres eran capaces de someterlos a su voluntad por su impresionante belleza, cosa que no tenía esa criatura. Pero lo único que sé es que casi me retiro de estas exploraciones por culpa de esta experiencia.
- Debió de ser duro para tí...
- Por supuesto que lo fue.
- Pero, ¿no crees que podríamos volver a esos tiempos?
- ¿Qué me quieres decir, Cornelia?
- Que formemos un buen equipo de exploradores. Estoy harta de vivir en esta oscura villa y que nadie quiera hacer nada. No salí del convento para esto.
- No creo que nadie más se ofrezca. La noticia de que fuimos atacados por una criatura gigante semejante a una sirena y que haya habido un único superviviente no es alentadora.
- Pude encontrar a unos pocos aventureros. Fuimos al bosque a probar nuestra suerte y salió todo bastante bien.
- ¿Sigue habiendo aventureros?
- ¡Por supuesto! Si tú mismo estuviste guiando a un par de ellos junto a Shauna. ¿No te acuerdas de esas ruinas?
- Prefiero olvidarlas.
- Pues también eran aventureros quienes te acompañaban. La esperanza aún no se ha perdido, Clerinell.
- No sé...
- Hazlo para recuperar a Azor.
- ¿Qué?
- Si conseguimos reunir aventureros cualificados, podremos rescatar a tu amigo.
- No me des falsas esperanzas, Cornelia.
- Hazlo por tu nombre. "¡El médico brujo vuelve a la aventura!". Seguro que tenemos éxito. De los errores se aprende.

Cecil sonrió y asintió.

- ¿Sabes? Ya sé por qué voy a aceptar tu propuesta. No es porque busque fama o recuperar a mi amigo perdido. Lo voy a hacer por el mismo motivo que me lanzó a la aventura. Este pueblo tiene que volver a la normalidad. Gracias por recordarme que la esperanza es lo último que debe perderse, Cornelia.
- Así me gusta. ¿Vamos a ver qué encontramos esta noche?
- Acepto de buena gana, señorita.

Cecil Clerinell y Cornelia Hyde se dirigieron a la plaza del pueblo. El carromato de productos extranjeros había tomado camino hace dos días, por lo que simplemente quedaba un gran árbol seco como centro de la plaza.

- ¿Por dónde buscamos primero, Cecil?
- En el Sanitario. Quiero comprobar si sigue allí. Me siento mal por no haberla visitado antes...