sábado, 19 de marzo de 2016

Desafío de Vida #2: El Último Santuario (Tributo a heliceo)

(heliceo es el mapmaker que hizo Ragecraft 2, un mapa Complete the Monument del videojuego Minecraft. Basándome en la decoración de dicho mapa, he elaborado esta historia. El crédito debe ser mencionado, por supuesto.)

Al cruzar la puerta, todo cambió de blanco a oscuridad en cuestión de segundos. Ricardo palpó a su alrededor. Estaba en un lugar bastante estrecho y las paredes no parecían muy estables. Eran de tierra.

Ricardo estaba bajo tierra. Una situación un tanto extraña, pues la puerta por donde vino ya no estaba. Se dio cuenta de que había algo macizo dentro de su agujero del subsuelo. Tras un rato de escrutinio, pudo darse cuenta de que era un baúl. Lo abrió y encontró varios objetos: Unas cuantas antorchas, huesos que no parecían muy antiguos y un cayado de tamaño considerable.

"Hola, ¿cómo te llamas?"

Un susurro le hablaba. Ricardo se estremeció. Se suponía que estaba solo en ese agujero.

- Perdona, soy Gabriela. Voy a intentar darte consejos para sobrevivir aquí.
- ¿D-Dónde estás?
- No me puedes ver, lo siento. Yo ya morí aquí. Fui una elegida, como tú, pero no pude sobrevivir.
- Ricardo... Encantado, supongo.

Hablar a alguien invisible se le hacía cada vez más extraño y más usual al mismo tiempo.

- Encantada, Ricardo. Debes saber que estás en El Último Santuario. Y ahora mismo estás enterrado. En una tumba.
- Eso veo. ¿Es seguro salir?
- Nada es seguro aquí. Tenlo muy en cuenta. No es por asustarte, pero no bajes la guardia.

Ricardo asintió y excavó hasta ver algo de luz filtrarse a través de la tierra. Consiguió salir con esfuerzo del agujero bastante profundo donde se encontraba.

Pudo ver el panorama. El Último Santuario consistía básicamente en un cementerio. Tumbas por todas partes, una cripta, un mausoleo, una especie de campanario... Eso era lo que se veía iluminado a lo lejos. Apenas unos faroles podían iluminar todo el lugar. Había mucha penumbra alrededor.

- Tienes que encontrar aquí la gema blanca. En uno de esos grandes sitios debería estar.
- ¿No conoces dónde está exactamente?
- No puedo saberlo.

Ricardo sujetaba fuertemente el cayado con su mano derecha y llevaba una antorcha apagada en su mano izquierda. Esa iba a ser su equipación para atravesar el camino del cementerio.

Pero se escuchaban pasos, ruidos y movimiento. La oscuridad era el velo de todos esos fenómenos. Ricardo se mantenía alerta, siempre vigilando sus espaldas.

Y finalmente lo vio. Un muerto viviente. Un zombi. Ricardo palideció un segundo. Las manos de la criatura humanoide apuntaban hacia él y sus piernas se movían de manera algo descoordinada, pero a suficiente velocidad como para ser una amenaza.

- ¿Pero qué...? - Intentó decir Ricardo.
- Son zombis. Aquí te encontrarás montones de ellos. Si te ves capaz, puedes golpear a alguno, pero si hay muchos juntos, creo que deberías correr.

La humedad abundaba en la zona. La tierra parecía casi barro y los caminos de piedra resbalaban un poco. No se podía ver el cielo en ese lugar.

Ricardo utilizó por primera vez el cayado golpeando al zombi desde una distancia prudente, pero cuerpo a cuerpo. Desequilibrado, la criatura cayó al suelo, mas procuraba volver a levantarse. Montones de sonidos empezaron a ser notados por los oídos de Ricardo.

Una horda de zombis se aproximaba a ambos lados. Las tumbas dejaban salir a los muertos vivientes. Algunos ya eran sólo huesos, pero conseguían moverse.

Corrió como pudo, avanzando casi a ciegas a través del camino de piedra debido a la escasa iluminación. Entró en el edificio más cercano y cerró la puerta rápidamente.

Ricardo se encontraba dentro del campanario. En la planta baja de una gran torre semiderruida construida en piedra. Aún así, tenía tres pisos conservados.

- ¿Cómo piensan que voy a sobrevivir a esas cosas? ¡Son demasiadas!
- Tu misión no es derrotar a los enemigos, sino encontrar la gema y salir vivo con ella.
- ¿Entonces tengo que ser perseguido todo el tiempo hasta encontrarla?
- No. Simplemente piensa en cómo puedes deshacerte de ellos.

Ricardo comenzó a investigar el edificio. También lo comenzó a saquear, encontrando una faltriquera con una botella dentro. Parecía agua.

No tuvo tiempo de encender su antorcha en los faroles de fuera. Ahora no era momento para salir, así que exploró el campanario a oscuras. Mientras tanto, charlaba un poco con Gabriela.

- Ricardo, ¿a qué te dedicabas antes de morir?
- Yo era... ¿Qué? ¡No me acuerdo!
- Lo suponía. Yo tampoco me acordaba.
- Una pregunta... - Pidió Ricardo - ¿Cómo moriste aquí?
- Eran demasiados muertos. Me asusté y no pude escapar de ellos. Fue horrible ser devorada por ellos.
- Debe de serlo.

Ricardo no estaba convencido con esa respuesta. Él sabía que Gabriela ocultaba algo, pero no tenía importancia porque no era información necesaria.

- No te he dicho sobre los vampiros de por aquí...
- ¿Vampiros?
- Sí. Son hombres muy pálidos con capa negra. Si te enfrentas a alguno, ten cuidado, porque regeneran rápidamente sus heridas.
- Increíble. Esto parece una pesadilla. - Comentó Ricardo.
- Vivir esto es una pesadilla... Recuérdalo. - Suspiró Gabriela.

Ricardo había terminado de explorar el tercer piso del campanario y había localizado su siguiente objetivo: La cripta. Sin embargo, las afueras estaban plagadas de hostilidad. Zombis, esqueletos andantes y algún que otro vampiro rondaban la zona.

Ricardo tuvo que pensárselo dos veces para abrir la puerta del campanario. En cuanto lo hizo, corrió hasta un farol para intentar encender su antorcha. A punto estuvieron de alcanzarle algunos zombis, pero no pudieron contra el fuego. Ricardo tenía una antorcha lista para repeler a los muertos.

- Oye, esa faltriquera... - Empezó a decir Gabriela.
- La encontré en el campanario.
- ¡Es agua bendita! A lo mejor sirve contra estos monstruos. Guárdala. A lo mejor te hace falta después.
- Es bueno saber eso.

Ricardo espantaba a varios enemigos con su antorcha en llamas hasta abrirse paso y entrar a la cripta. Adornada con columnas de piedra cincelada cuidadosamente, pero desgastada por el tiempo, daba un aspecto monumental. Era enorme. Sin embargo, las escaleras que daban al subterráneo eran muy estrechas.

- Creo haber escuchado algo - Dijo Ricardo mientras bajaba las escaleras cuidadosamente.
- Pues como no sean fantasmas... Yo no he escuchado nada - Contestó Gabriela.

Enfrente de Ricardo apareció una cara blanca. Golpeada inmediatamente por la antorcha, cayó al suelo.

- Pues son fantasmas - Confirmó Ricardo, suspirando del pequeño susto.

La exploración de la cripta era un tema bastante serio. Toda la oscuridad, restos de muertos y pasillos estrechos hacían de ese un lugar no apto para miedosos.

- Siento que está cerca, Ricardo.
- ¿Sí? ¿Cómo?
- Creo que... Me lo dice Dios.
- ¿Dios?
- Yo era sacerdotisa antes de mi muerte. Ya llevo mucho tiempo aquí. No puedo ir al cielo.
- ¿Por qué no puedes? Se supone que has muerto.
- Pero los elegidos se tienen que quedar. Hasta que alguien consiga terminar el reto.
- ¡Eso es muy injusto!
- Así lo ha dicho El Mediador.
- Quién es El Me...

Un fantasma apareció justo enfrente de Ricardo. En un acto reflejo, lo golpeó con el cayado, pero simplemente desapareció al instante. A cambio, una cantidad considerable de vampiros venía por su espalda. Era momento de correr hacia delante sin mirar atrás, o Ricardo estaría muerto.

Corriendo por los estrechos pasillos y teniendo extremo cuidado para no apagar su antorcha por la velocidad, Ricardo llegó a la última sala de la cripta.

Había una especie de altar en el centro y muchísimas calaveras por el suelo de la habitación. Parecía una especie de ritual ancestral preparado allí.

Entonces pudo verla.

Gabriela estaba frente al altar. Ahora Ricardo sí que podía verla. Sin embargo, ella seguía siendo intangible. Ella se postró y empezó a rezar. Ricardo no sabía muy bien qué estaba haciendo ella. Prefirió centrarse en la horda de enemigos que se aproximaba para acorralarlo y matarlo.

Los vampiros ya habían entrado en la sala y se disponían a atacar en masa a Ricardo. Él decidió utilizar la botella de la faltriquera. Simplemente la abrió y la lanzó al grupo de vampiros. Se detuvieron unos momentos chillando de dolor. Los suficientes como para que un rayo de luz emanara del altar e hiciera desaparecer a todos los enemigos de la sala. Ricardo no podía creer lo que había ocurrido.

- ¡Corre! ¡Coge la gema blanca! ¡Está en el altar! - Gritó Gabriela.

Ricardo hizo lo que le ordenaron inmediatamente.

- Hasta luego, Ricardo.

No le dio tiempo a despedirse. Ricardo ya había superado la primera prueba. El Último Santuario, con la ayuda del poder sagrado de Gabriela, había terminado.

- Y ahora... ¿Dónde estoy?

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