sábado, 19 de marzo de 2016

Desafío de Vida #7: El Corredor de la Muerte (Tributo a heliceo)

(heliceo es el mapmaker que hizo Ragecraft 2, un mapa Complete the Monument del videojuego Minecraft. Basándome en la decoración de dicho mapa, he elaborado esta historia. El crédito debe ser mencionado, por supuesto.)

Ricardo ya se encontraba listo para afrontar el siguiente desafío. Paulina seguía triste y no quería encontrarse con él. Ella se había apoderado de una sala libre y había pedido que no la molestasen.

Gabriela se quedaba de vez en cuando en la puerta, mirando desde lejos a Pauly. Era bastante difícil reanimar a Pau. Ella siempre había sido una chica fuerte, pero se había desmoronado.

- ¡Gabriela, estoy listo para ir a por la gema azul clara!

Eso dijo Ricardo. La sacerdotisa lo acompañó hasta la sala de los altares. Ricardo, armado como la otra vez pero con un escudo más resistente, subió al altar y cerró los ojos. Ricardo desapareció de la sala, pero su escudo, espada y ropa se quedaron en el altar.

- ¿Qué será ese lugar? ¡Lo han dejado indefenso! - Pensaba Gabriela mientras volvía a vigilar a Paulina.

No era un lugar agradable a la vista. Ricardo se dio cuenta de que estaba en una celda, encerrado, desarmado y desprotegido. Llevaba puesta la ropa de los prisioneros de allí: Un uniforme de rayas blancas y negras.

La celda contenía dos camas, con lo que dedujo que tenía un compañero de celda. Sí que lo tenía. Era muy especial.

- ¿Tú has sido el siguiente?
- ¿El siguiente? ¿Dónde estamos?
- En el corredor de la muerte, compañero.
- Y supongo que me ayudarás a salir, ¿no? No me gustaría morir de esta forma.
- Yo te voy a ayudar, pero ya sabes que si te atrapan es cosa tuya. Yo soy un fantasma.
- Eso he notado. Ricardo, encantado.
- Francisco. Llámame Fran. O Frank. O como te salga de los huevos pero tienes que salir rápido de aquí.

Francisco era el que murió en esta zona antes de la llegada de Ricardo. Era un hombre con cabello corto y negro. Llevaba gafas de sol que ocultaban sus ojos y perilla crecida a la vez que descuidada. Vestía el uniforme de preso, pero llevaba además una chaqueta gris abierta.

- Dime cómo.
- Si no tienes nada para defenderte va a estar complicado. Mira, la puerta de tu celda está abierta y ellos aún no lo saben. Aprovecha eso y desarma a un guardia. Por lo menos tendrás algo.
- ¡Pero se me echará el resto a por mí!
- Tendrás que correr ese riesgo.

Ricardo estaba atrapado. ¿Era esa la única opción? Parecía que sí. Con una patada abrió la puerta de la celda de golpe e inmovilizó al guardia sin darle tiempo a reaccionar. Arrebatándole la porra, lo dejó inconsciente asestándole un par de porrazos.

Alertó a algunos guardias más. Ricardo pensó que si liberaba a algunos presos estos podrían ayudarlo. Eso hizo utilizando las llaves del guardia inconsciente. Abrió dos celdas dobles antes de que un par de guardias se acercasen.

Cinco contra dos. Una clara ventaja para el equipo de Ricardo, que acabó vencedor de esa trifulca. Entonces el elegido tuvo una idea.

- Tomad las llaves. Abrid las celdas. ¡No podrán con todos vosotros!
- Eres un grande, tío. ¿Qué haces?
- Yo no tengo que escapar. Me llevo el uniforme de este para intentar robarles algo - Contestó Ricardo apurado.
- Qué huevos tienes. Suerte, a ver si nos distraes unos guardias por el camino.

Los pasillos eran extremadamente largos y llenos de celdas a ambos lados. Ricardo se puso el uniforme del guardia y corrió hacia el lado contrario a los presos.

Más y más reclusos estaban escapando. Un motín estaba teniendo lugar. Los guardias tenían sus preparativos a punto para combatirlos. Ricardo pasó corriendo entre ellos, como si fuese uno más. Ninguno se percató de su presencia.

Avanzando, encontró las celdas de los presos más peligrosos condenados a muerte. Pocos guardias se atreven a cruzar por esa zona. Conocen bien por qué esas personas están allí. En cuanto Ricardo pasó por aquel lugar...

- Mira, este tío sí que tiene cojones para venir aquí.

Eso dijo uno de los presos, Carlo. Un hombre condenado a pena de muerte por practicar canibalismo con personas vivas. Sus víctimas ascienden a cuarenta y seis.

Al otro lado, Hans "el Granjero". Conocido por asesinar a sus víctimas con utensilios de granja como hoces, azadas y cosechadoras. Sus víctimas fueron alrededor de ciento setenta personas.

Ricardo no conocía ninguno de estos datos sobre los presos peligrosos. Simplemente se abrió paso ignorándolos, pues estaban encerrados, y llegó a un pasillo ancho y corto. Había unas escaleras de subida, una puerta al final a la izquierda y una habitación a la derecha.

"Sala de tortura"

Un nombre que da escalofríos solo con verlo. Ricardo se apresuró en subir las escaleras. Esta vez los guardias no lo dejaron ir con tranquilidad.

- Oye, tú, ¿Qué haces yendo hacia allí?
- Me han encargado vigilar la puerta de las duchas y llego tarde. Soy nuevo aquí.
- Si están ahí abajo. ¿Pero no te han dicho que hay un motín?
- Llevo un buen rato perdido por los pasillos...
- Anda, haz algo útil en vez de eso. Ve al fondo de ese pasillo y a la izquierda. Dile al que esté en la puerta al final de ese pasillo que nos traiga las barras eléctricas.
- ¿No tenéis armas de fuego?
- No nos queda munición. Un suicida pudo hacerse con ella en el último motín y la tiró al mar toda de golpe. ¡Corre, que no nos queda tiempo!

Ricardo obedeció la orden del guardia. Habló con quien le pidieron y lo dejaron solo en la puerta del almacén. Obviamente, entró para buscar algo útil.

- Con una barra eléctrica puedes inutilizar a cualquiera. - Aconsejaba Francisco - ¡Busca una!

Ricardo no tuvo tiempo suficiente. Lo pillaron en el almacén y le preguntaron por qué la puerta estaba abierta y sin vigilancia. Intentando escapar, lo atrapó un segundo agente que había a su espalda. Perdió el conocimiento tras escuchar un golpe seco de procedencia desconocida.

- ¡Ricardo, despierta ya, que estás muy jodido ahora mismo!

Fran intentaba despertarlo. Al fin lo hacía, pero no en un lugar muy bueno.

- Al fin despierta el guardia corrupto - Dijo el que se encontraba en la sala con Ricardo y Francisco.

Sentado en una silla. Pies y manos inmovilizados. Alrededor, máquinas de tortura física como extensores violentos de extremidades. Ricardo estaba en la sala de tortura.

- ¿Qué estabas haciendo en el almacén?
- Buscaba más barras eléctricas para combatir el motín.
- Si ya las había preparado el otro guardia. No quedaban. Tú no debías estar ahí dentro.
- Lo siento. Es que soy nuevo en...
- Mientes, compañero. Tú eres un preso. Y vas a ser torturado hasta morir. Como tu destino lo había dicho desde que llegaste a esta prisión. ¡Sufre!

El guardia intentó utilizar un botón que producía descargas eléctricas a la silla. No funcionaba.

- Tienes mucha suerte. ¡Ahora vuelvo!

Ricardo tenía que salir de ese lugar antes de que ese guardia volviese. No le habían quitado la ropa de guardia, así que no lo reconocerían. El motín había terminado con poco éxito por parte de los presos. Los guardias volvían a estar distribuidos.

- ¿Sabes cómo salir de ahí? - Preguntó Francisco.
- No se me ocurre nada...
- Si no puedes romper tus ataduras por la fuerza...
- Espera. A lo mejor sí que puedo.

Ricardo pensó en una estrategia. Intentó visualizar lo que había visto en el libro del Pequeño Imperio.

- En ese libro ponía algo como... Lu...I...A? Luia?

Ricardo salió de sí mismo. El libro contenía un hechizo para volverse rabioso. En este caso, esas eran las palabras y Ricardo comenzó a moverse intentando romper las ataduras de hierro por la fuerza.

El caso es que lo consiguió justo cuando el guardia volvió con una barra eléctrica.

Sin tiempo de reacción para usarla, Ricardo se abalanzó sobre él y le pegó tal paliza que el guardia quedó muerto en el sitio con la cara desfigurada.

Barra eléctrica en mano y volviendo en sí, entró en la puerta de enfrente. Las duchas.

En ese momento estaban vacías. No había nadie y no había una salida en aquella habitación. Un callejón sin salida.

- Tengo que llegar arriba como sea. Aquí abajo no hay nada.
- Arriba es donde más guardias hay. La zona de la horca está arriba del todo - Recordó Francisco.
- Seguro que tengo que ir allí. Gracias.
- Pero... Bueno. Tú te las arreglarás para sobrevivir.

Ricardo salió corriendo de los baños y siguió corriendo tras subir las escaleras.

El elegido estaba corriendo en el corredor de la muerte.

Pasillos interminables y escaleras al final de los mismos. Guardias comenzaron a perseguirlo por los pasillos, pero Ricardo era mucho más rápido que ellos. Corría incansablemente hasta que alcanzó las últimas escaleras. Unas escaleras de mano que daban a la zona de ejecución. Para subirlas cómodamente, Ricardo se deshizo de su barra eléctrica.

Afortunadamente, dicha zona tenía sus puertas abiertas, pero no iba a ser tan sencillo. Ricardo se estremeció al llegar a la plataforma de ejecución. Estaba en lo alto de la sala. Había que subir alrededor de cien escalones para llegar a lo más alto.

Además, toda la zona estaba vigilada por guardias y verdugos.

- ¡Detened a ese guardia que corre! ¡Es un fugado! - Gritaron los que llevaban persiguiendo a Ricardo desde los pasillos.

El elegido corría y subía escaleras a toda velocidad. A pesar de los gritos y el ruido, él pudo escuchar un sonido a través de las paredes. Ya a la mitad del camino, se chocó con un verdugo. Por el golpe, el hacha quedó en un escalón y el enemigo cayó desde gran altura hasta el piso de abajo. No sobrevivió.

- ¡Eso es peligroso! ¡Más te vale no caerte! - Advirtió Francisco.

Ricardo continuó corriendo hacia lo alto. Esta vez, con un hacha de verdugo en sus manos recogida del anterior. Dos guardias se interpusieron en su camino y fueron derribados por Ricardo antes de que él llegase a la cima.

El cansancio pasaba factura, pero allí estaba él. Dos horcas y una plataforma de ejecución. En lo alto de un laberinto de escaleras ascendentes y muy peligrosas. Los guardias comenzaban a darle alcance y ya no tenía escapatoria.

- ¿Por qué la gema no está aquí? - Se preguntaba desesperado Ricardo.
- ¡No lo sé!

Las escaleras de bajada estaban bloqueadas por guardias. Ricardo tuvo tiempo de sobra para ejecutar su plan que acababa de trazar.

- Espero que esto funcione...

Cortó los soportes de las horcas con su hacha antes de ser acorralado contra la pared. Debido al abundante movimiento, dichos soportes cayeron y golpearon fuertemente la pared. El sonido que escuchó Ricardo se volvió más fuerte.

La pared cedió. Era una prisión submarina, pero los muros se empezaron a desmoronar debido a las entradas de agua. Ahora era imposible alcanzar a Ricardo, pero el elegido continuaba en la misma posición.

Arriesgándose, entró en la corriente de agua y bajó varios pisos evitando a los guardias, que no se dieron cuenta de su inmersión. Cayó en una caja a rebosar de agua que contenía un hacha de verdugo.

Pero ese arma era, de algún modo, especial.

La recogió y dejó tirada la anterior. En cuanto la recogió, notó una sensación extraña. Empapado, nadó hasta una caja enorme que flotaba. Era la gema azul clara. Estaba contenida en una protección de cristal.

- ¡Qué suerte tienes! ¡Venga, ahora sal de aquí, que ya te han visto y se están lanzando al agua! - Exclamó Francisco.

En efecto, los guardias estaban comenzando a caer. Las barras eléctricas eran su problema. Una vez entraran en contacto con el agua, quedarían inútiles o provocarían una catástrofe eléctrica.

Ricardo buceó y encontró la puerta por donde vino en menos de un minuto. Ya no era necesario aguantar la respiración y, con la gema azul clara en una mano y el hacha en la otra, comenzó a correr en cuanto la altura del agua en los pasillos se lo permitió.

Cada guardia que veía, era asesinado por el hacha instantáneamente. Además de que Ricardo corría más rápido de lo normal. Recorrió la prisión a toda velocidad matando a todo aquel que se interpusiera en su camino con un simple movimiento de brazo. El cansancio parecía inexistente.

En ese momento, Ricardo era el corredor de la muerte.

Corriendo sin parar un segundo, pasó al lado de su celda y tropezó sin razón. Ricardo cayó al suelo y, cuando abrió los ojos, se encontraba al lado del altar azul claro. Hacha en mano derecha, gema en mano izquierda y armadura tirada por el suelo. Gabriela apareció para ver qué había ocurrido.

Ver a Ricardo haber estampado su cara contra el suelo no era algo común. Gabriela entró a la sala de los altares y pegó un grito. Eso alertó a Paulina, que ya se encontraba mejor y fue a comprobar qué pasaba con Gabriela.

- ¿Qué pasa? - Preguntó Paulina
- Míralo cómo está.

Paulina entró en la sala de los altares y vio que Ricardo no llevaba ropa. Como su vestimenta era la de preso, si no la llevaba puesta, simplemente desaparecería una vez abandonara la prisión.

- ¿Pero tú ves esto normal? Llega aquí una tras deprimirse y lo primero que ve es a un tío en bolas - Se quejaba Paulina.

Ricardo cogió rápidamente el escudo y se tapó como pudo temporalmente. Después lo dejaron vestirse tranquilamente, pero la escena fue bastante graciosa.

- Bueno. Ya tengo la gema azul clara. Vamos a llamar a Francisco.

Colocó la gema en su lugar y no tardó la figura de Fran en aparecer translúcida y flotante en la sala.

- Este hombre es una máquina de matar. Si hubiérais visto lo que hizo con ese hacha...
- Es que noté que no era una cualquiera. La voy a llamar... Hachecutadora. Parecía que mi cuerpo quería atacar a los guardias aunque yo sólo quisiera correr.

En esta prueba tienes que utilizar lo que tu intuición te diga que debes utilizar. Si Ricardo no hubiese leído el libro del Pequeño Imperio o cogido la Hachecutadora, sería muy probable que estuviese muerto.

El elegido está teniendo fortuna acompañando a sus estrategias. Era muy poco probable que el muro se derribase, pero lo hizo. Eso fue lo que le salvó la vida una vez más.

- Una cosa, Fran.
- Dime.
- ¿Cómo moriste aquí?
- Fui colgado de la horca.

La misma mirada. En los tres fantasmas siempre había algo extraño a la hora de decir la forma en que murieron. Paulina confirmó que era duro para ella, así que Ricardo decidió no indagar más en la muerte de Francisco.

No se dio cuenta, pero había una cabeza en una esquina de la celda de Carlo, el caníbal. Era la cabeza de Francisco.

- Esto ha sacado más de mi fuerza física. Estoy exhausto - Pensaba Ricardo desde su cama - Espero que los siguientes desafíos no sean tan duros como este. De momento, voy a intentar levantarme.

En su camino a la cocina, pudo ver que Gabriela, Paulina y Francisco estaban fuera, mirando el río y conversando.

- Míralos. Ellos ahí afuera sin sentir el frío y yo a los hornos a pasar calor...

Y Ricardo sonrió.

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