domingo, 31 de julio de 2016

Relatos de un PNJ #3: La manzana de Shi Ying

-¿Armaia? ¿Qué estás haciendo aquí? - Preguntó Seyren al abrir la puerta.
-Tío Howard me ha dicho que te avise. Necesita ayuda con los preparativos del festival.
-¿Howard?
Howard era un herrero que trabajaba en Nuevo Arstis. Un hombre musculoso, con un tono de piel más moreno del normal, de ojos verdes y cabello oscuro, esa es su simple descripción. Siempre podías verlo con alguna herramienta en las manos, de cualquier tamaño. Heredó el trabajo de su padre, quien enseñó a Howard el oficio. Su otro hijo no quiso ir por el mismo camino y ahora es el tendero y el padre de Armaia, con lo que las cosas tampoco le fueron tan mal. Los hermanos se encargan de las tareas que requieren más esfuerzo para el festival. Pocos minutos transcurrieron hasta que Seyren alcanzó la plaza, donde se reunían todos los voluntarios a ayudar con los preparativos.
-¡Ah, Howard! Usted es el que también buscaba a Armaia en Nuevo Arstis. Ahora recuerdo.
-Un placer conocerle, Seyren. Mi sobrina me ha hablado bien de usted.
-Bueno, a lo que venía. ¿Qué necesita?
-Brazos fuertes. Hay que levantar toda esa madera para que la plataforma aguante.
-Ya veo. ¿Quién va a utilizarla?
-¿Quién va a ser? Alphoccio. Ese siempre tiene que montar el espectáculo. Esta vez quiere un “escenario”, como si esto fuese un teatro.
-Y lo quiere en la plaza.
-No puedo negarme. A la gente le encanta.
-¿Él no puede venir a ayudar?
-Alphoccio no sería capaz de levantar ni una piedra del río para lanzarla de nuevo. Es un flojeras.
Seyren y Howard compartieron una carcajada breve y se pusieron manos a la obra. Iba a llevarles toda la tarde, pero estaría listo su trabajo sin problemas.

Armaia había ido a visitar a Erend, que era el único amigo suyo que se encontraba también en Viejo Arstis. La iglesia, decorada con preciosas vidrieras, impresionaba por su belleza a la niña. No tardó en ver al chico junto a Margaretha, quien de vez en cuando sentía un tirón en su ropa a causa de Erend, que no paraba de preguntar. La sacerdotisa estaba dotada de mucha paciencia, pero no pudo evitar suspirar de alivio al ver que el chiquillo se iba con su amiga.
-¿Dónde vamos, Armaia?
-Vamos afuera del muro. En la Torre del Este de la ciudadela nos están esperando Tres y Alphoccio.
-¿Alphoccio? Mentira. No te creo.
-¡Vamos, corre!
-¿Pero cómo lo habéis conseguido? - Preguntó Erend mientras seguía a Armaia.
-Ya sabes cómo es Tres. Siempre se las arregla para salirse con la suya. Alphoccio es muy simpático, la verdad. Nos va a contar la historia del festival de Arstis.
-Gracias por llamarme, pero… ¿Laurell y Cenia?
-No pueden venir, es una pena.
Apoyando su espalda en la piedra de la Torre del Este, se encontraba él. Unos ojos azules que podrían hipnotizar a cualquiera, un cabello rubio que parecía brillar con la luz del sol, su tez pálida y sus ágiles manos sosteniendo el arpa con delicadeza… Ese era Alphoccio, un joven con talento para la música que resultaba ser muy popular en el Valle de Arstis. Tres estaba sentada justo enfrente, en la hierba. A su lado se sentaron Armaia y Erend, no sin antes recibir el músico un abrazo del chico que acababa de llegar.
-Muy bien. Os voy a contar la historia de Shi Ying, la que se convertiría en el símbolo de Arstis.
De una montaña a otra, había un largo camino
Y dos miradas se cruzaron, quizás fue cosa del destino.
Fue un solo instante, mas el varón quedó cautivado
la mujer más bella, delante de él había pasado.
Los manzanos habían dado fruto, ella siempre recolectaba
“Las manzanas son la fruta del sueño”, siempre recitaba
Tan ilusionada se fue a dormir, que olvidó cerrar su ventana
y un viento fuerte acabó llevándose a la chica de la manzana.

Despertó en el otro lado del valle, confusa, desorientada
creyó seguir soñando, pero algo no encajaba
el príncipe de sus sueños no era el mismo que recordaba.
El varón, obsesionado, no la dejó marchar
Ella, angustiada, no sabía cómo escapar.
Como última esperanza, lo haría comer una manzana
y cuando cayera la noche y él durmiese, llevar a cabo su escapada,
mas el astuto varón, había bloqueado la ventana.

Llorando en silencio, lágrimas en sus mejillas,
notó que algo se acercaba, enfrente de la ventanilla.
El príncipe de sus sueños, en una nube subido
puso su mano en el cristal, ella hizo lo mismo.
Cuando quiso darse cuenta, ella misma había cambiado
su vestido no era el mismo, era blanco y plateado,
también pudo sentir el calor de una mano
atravesando la ventana, liberándola del malvado.

Como si de un sueño se hubiese tratado,
la nube la llevó volando por el prado
celebrando que esta vez, el amor había triunfado.

“Comer una manzana antes de dormir,
hará que tengas sueños tan intensos
Que cuando despiertes, no podrás sino sonreír.”
Eso debéis hacer, chicos. Hoy, podéis pedir una manzana y comerla antes de dormir. Tendréis sueños que parecerán reales - Terminó Alphoccio con un último acorde de su arpa.

Los niños se quedaron en silencio durante toda la canción, pues la música que era capaz de tocar el joven resultaba ser maravillosa para los oídos. Al terminar, los tres aplaudieron con muchas ganas. Tanto la historia como la canción los había cautivado. Alphoccio no pudo más que devolverles una simpática sonrisa y pasar un tiempo más con ellos. Al fin y al cabo, lo habían convencido. Él ya tenía preparado su espectáculo de mañana, y un calentamiento no le vino mal. La hora de irse del músico había llegado. Le tocaba descansar. Los niños lo habían pasado muy bien esa tarde.
-Hay que ir a por manzanas, ¿verdad? - Añadió Erend.
-Es verdad, pero… ¿Cómo vamos a conseguirlas? Dinero no tenemos - Respondió Armaia.
-Id a preguntarle al frutero, a ver si os consigue dar alguna sin pagar - Propuso Tres.
Allá fueron, pero el frutero estaba malhumorado ese día. No iban a poder conseguir mucho.
-Verá, es que…
-No hay peros, niña - Le contestó a Armaia, que es quien había hablado - aquí la fruta se paga. No hay otra manera.
-Pues vaya…
Sorprendentemente, Tres estaba esperando a Erend y a Armaia en la esquina. Los niños no se dieron cuenta de que había desaparecido un momento.
-¿Tres? ¿Qué haces aquí?
-Darle la vuelta a la… Manzana - Contestó mientras sacaba de debajo de su ropa tres manzanas.
-¿Cómo tienes tres manzanas? - Preguntó Erend, incrédulo.
-Ha sido fácil. El frutero estaba mirándote fijamente con unos ojos muy rojos, así que he aprovechado y me he llevado las manzanas.
-¿Qué? ¿Las has robado? - Dijo Armaia con los ojos muy abiertos.
-¿Qué os pasa, chicos?
Los tres dieron un brinco del susto. Seyren se los había encontrado de camino a casa. Erend prefirió quedarse callado y dejar a las chicas hablar con el caballero.
-Nada, que hemos visto hoy a Alphoccio y nos ha cantado una canción muy bonita - Explicó Armaia, hablando rápidamente - Decía que si comías una manzana antes de dormir ibas a tener sueños que parecerían reales y pues claro, hemos ido a buscar manzanas y...
-Vale, vale, coge aire, Armaia. Te está cambiando de color la cara - Interrumpió Seyren.
-Pues eso era. Hemos pasado una buena tarde - Dijo Tres, intentando que el caballero se marchase.
-Me alegro, entonces. Espero que mañana también lo paséis bien en la feria.
-Igualmente. ¡Hasta otra!
Erend respiró hondo y Armaia se tapaba la cara con las manos apoyando la espalda en la esquina.
-¿Cómo eres capaz de robar, Tres? - Empezó a reprochar Erend - ¡Eso está mal!
-Pero tenemos manzanas.
-¡Da lo mismo!
-Toma, cógela.
-No pienso comer de esas manzanas robadas. Quédatela.
-Bueno, pues se la doy a Armaia, que está ahí y no sé qué le pasa. Yo tengo suficiente con una. Toma, dos por una.
Armaia se destapó la cara aún ligeramente enrojecida y metió las dos manzanas en su mochila, que siempre llevaba.
-¡Nos vemos mañana, chicos! - Se despidió rápidamente Armaia antes de salir corriendo.
-¿Qué le pasa? - Se preguntaba Erend.
-No tengo ni idea. Está rara. Ya mañana estará mejor.

Esa noche apareció Margaretha en casa con una manzana. Era de parte de Armaia, la cual había contado la historia de Shi Ying a la sacerdotisa. La dejó en la mesa del comedor, porque ella estaba segura de que su hermano iba a comérsela antes de dormir. Así fue.


-Vaya, vaya. Tendré que vigilar a estos niños también. No pueden entorpecer mi plan - Pensaba una mujer que los había estado vigilando.

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